Monday, January 13, 2014

Homilía Papa Francisco en la iglesia de Jesús día 3 de enero



Enero 3, 2014




El Papa Francisco está celebrando la Misa en la Iglesia de Jesús en el día de la fiesta litúrgica del Santo Nombre de Jesús es de una celebración de acción de gracias, agradeciendo la canonización del jesuita Pierre Favre, cofundador de la Compañía de Jesús.


Concelebraron con el Papa sus compañeros jesuitas presentes en Roma. Esta es la tercera vez que Francisco visita esta iglesia querida por san Ignacio de Loyola, Fundador de la Compañía de Jesús, en el corazón de Roma. En la histórica iglesia romana tan ligada a la vida de su fundador, Francisco, primer Papa jesuita, celebró la fiesta litúrgica de San Ignacio de Loyola, con los jesuitas, de forma privada, el pasado 31 de julio. Así como también, se detuvo en ella en el marco de su visita forma privada al Centro Astalli de Roma, que es la sede italiana del Servicio Jesuita para los Refugiados, el pasado 10 de septiembre.

El Papa Francisco dijo en su homilía que el Evangelio debe ser anunciado con mansedumbre y amor, no con palos. "Cada uno de nosotros, los jesuitas, que seguímos a Jesús, debemos estar dispuesto a vaciarnos, siendo hombres que no vivan centrados en si mismos, porque el centro debe ser Cristo y su Iglesia. Dios es lo primero y si Dios no es lo primero la compañía está confundida."

Texto completo de la homilía del Papa Francisco:

"San Pablo nos dice, lo han escuchado, 'Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús, Él mismo estando en la condición de Dios, no consideró un privilegio ser como Dios pero se anonadó a si mismo asumiendo una condición de siervo'. Nosotros, los jesuitas, queremos llevar el nombre de Jesús, militar debajo del estandarte de su cruz, y esto significa tener los mismos sentimientos de Cristo, significa pensar como Él; querer bien como Él; ver como Él; caminar como Él.

Significa hacer lo mismo que Él hizo y con sus mismos sentimientos, con los sentimientos de su corazón. El corazón de Cristo, de un Dios que por amor se ha vaciado. Cada un de nosotros los jesuitas, que siguen a Jesús, deberían estar dispuestos a vaciarse a sí mismo. Estamos llamados a este vaciamiento, ser vaciados, ser hombres que no deben vivir centrados sobre si mismos, porque el centro de la Compañía es Cristo y su Iglesia.

Y Dios es siempre el 'Deus semper maior', el Dios de las sorpresas, y si el Dios de las sorpresas no está siempre en el centro, la Compañía se desorienta. Por eso ser jesuita significa ser una persona del pensamiento incompleto, del pensamiento abierto, porque piensa siempre mirando al horizonte que es la gloria de Dios, siempre mayor, que nos sorprende sin descanso. Es esta la inquietud de nuestra aspiración, la santa y bella inquietud.

Porque pecadores, podemos pedirnos si nuestro corazón ha mantenido la inquietud de la búsqueda o si por el contrario se ha atrofiado, si nuestro corazón está siempre en tensión, un corazón que no se relaja, no se cierra en si mismo, pero que marca el ritmo de un camino que es necesario cumplir junto a todo el pueblo de Dios. Es necesario buscar a Dios para encontrarlo, y encontrarlo para buscarlo y siempre. Solamente esta inquietud le da paz al corazón de un jesuita.

Una inquietud también apostólica no nos debe hacer renunciar al anuncio del kerigma, a evangelizar con coraje. Es la inquietud que nos prepara para recibir el don de la fecundidad apostólica, sin inquietud somos estériles. En esta inquietud que tenía Pietro Favro, hombre de grandes deseos, había otro Daniel.

Favre era un hombre modesto, sensible, de profunda vida interior, dotado del don de tener amistad con personas de todo tipo. Era un espíritu inquieto, indeciso, nunca satisfecho. Bajo la guía de san Ignacio logró unir su sensibilidad inquieta, pero también dulce y exquisita, con la capacidad de tomar decisiones. Era un hombre de grandes deseos, se ha hecho cargo de sus deseos y los ha reconocido. Más aún, Pierre Favre, cuando se proponen cosas difíciles es que se manifiesta el verdadero espíritu de un hombre de acción. Una fe profunda implica siempre un profundo deseo de cambiar el mundo.

Esta es la pregunta que debemos ponernos: tenemos también nosotros grandes visiones y arrojos? ¿Somos nosotros también audaces? Nuestro sueño vuela alto, el celo nos devora? O somos mediocres y nos conformamos de nuestras programaciones apostólicas de trabajadores. Recordémoslo siempre: la fuerza de la Iglesia no vive en sí misma y en su capacidad organizativa, pero se esconde en las aguas profundas de Dios. En estas aguas se agitan nuestros deseos y los deseos ensanchan el corazón, como decía san Agustín: rezar para desear y desear para ensanchar el corazón.

Justamente en sus deseos Favre podía discernir la voz de Dios. Sin deseos no se va a ninguna parte. Es por ello que hay que ofrecer los propios deseos al Señor. En las constituciones se dice que se ayuda al prójimo con los deseos presentados a Dios Nuestro Señor. Favre tenía el verdadero deseo de ser dilatado en Dios, estaba totalmente centrado en Dios, por eso podía ir en espíritu de obediencia, también muchas veces a pié por todas partes de Europa a dialogar con todos con dulzura, era la lanza del evangelio.

Me hace pensar a la tentación que quizás podemos tener nosotros, de relacionar el anuncio del evangelio con palazos inquisitorios y condenatorios. No, el evangelio se anuncia con dulzura, con fraternidad, con amor. Su familiaridad con Dios le llevaba a entender que la experiencia interior y la vida apostólica van siempre juntos. Escribe en sus memorias que el primer movimiento del corazón tiene que ser desear lo que es esencial y originario, o sea que el primer puesto sea dado a la solicitud perfecta de encontrar a Dios nuestro Señor. Favre encuentra el deseo de dejar que Cristo opere en el centro del corazón. Solamente si se está centrado en Dios se puede ir a las periferias del mundo. Y Favre viajó sin tregua también por las fronteras geográficas a tal punto, que se decía de él 'parece que haya nacido para no estar quieto en ninguna parte'.

Favre era devorado por el intenso deseo de comunicar al Señor. Si nosotros no tenemos su mismo deseo entonces tenemos necesidad de detenernos en oración y con fervor silencioso pedirle al Señor por intercesión de nuestro hermano Pietro, que vuelva a fascinarnos con el brillo del Señor que llevaba a Pietro a todas estas locuras apostólicas y a ese deseo sin control.

Nosotros somos hombres en tensión, somos también hombres contradictorios e incoherentes, pecadores todos, pero hombres que quieren caminar bajo la mirada de Jesús. Somos pequeños, pecadores, pero queremos militar bajo el estandarte de la cruz, en la Compañía que lleva el nombre de Jesús. Nosotros que somos egoístas queremos entretanto vivir una vida agitada por grandes deseos. Renovemos entonces nuestra oración al Eterno Señor del Universo, para que con la ayuda de su Madre Gloriosa, podamos querer, desear, vivir el sentimiento de Cristo que se vació a si mismo. Como decía Pietro Favre, no busquemos en esta vida un nombre que no se aferre a aquel de Jesús. Recemos a la Virgen de ser puestos con su Hijo.


Fuente
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