Saturday, April 2, 2016

Los grandes hitos de los tres años del Papa Francisco analizados por el P. Lombardi






Papa Francisco / Foto: L'Osservatore Romano


VATICANO, 12 Mar. 16 / 02:27 pm (ACI).- Este 13 de marzo se cumplen tres años de la elección pontificia del Papa Francisco, con este motivo el Director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, P. Federico Lombardi hizo una remembranza y reflexión sobre este breve tiempo en el cual el Papa ha hecho “comprender a muchas personas – sea dentro o ‘fuera’ de la Iglesia – que Dios los ama, los quiere, les perdona sin cansarse”.

A continuación la reflexión del P. Lombardi publicada en Famiglia Cristiana:

“Cuando escuché el anuncio del Cardenal Tauran por la baranda de San Pedro quedé sin palabras. Sabía que el anuncio del nombre del nuevo Papa me habría emocionado, pero no a aquel punto. Era un jesuita, mi hermano, pero no lo conocía sino indirectamente, aparte de un brevísimo encuentro en los días precedentes, en los corredores de la Congregación general de los cardenalesantes del Cónclave.

También si en algún momento su nombre estuvo entre los papables, no lo había nunca considerado, porque para un jesuita está fuera de lo previsto una nómina a obispo o a cardenal, ¡menos Papa! Después del anuncio, quien metía la nariz en mi oficina se imaginaba encontrarme jubiloso porque el Papa era un hermano mío y quedaba sorprendido por mi perplejidad. Pero no era feliz ni triste por esto, estaba simplemente estupefacto.

El nombre, ¡y qué nombre!

Estaba en mi oficina en la Sala de Prensa y en la sala de conferencias los colegas esperaban mi primer comentario. Me quedé sin habla…después me armé de valor y dije las dos cosas que me eran claras y que sentía que debía poner de relieve como grandes novedades: el nombre Francisco –por primera vez– y el hecho que era latinoamericano.

Elegir un nombre que nadie había todavía elegido –¡y qué nombre!– indicaba una libertad, un coraje y una clareza formidables. Pobres, cuidado de la creación, paz, como habría explicado el Papa pocos días después. La proveniencia del ‘fin del mundo’ llevaba naturalmente en sí una perspectiva nueva, un punto de vista diferente sobre las situaciones y preguntas de la humanidad y de la Iglesia en el mundo de hoy, que no habría faltado hacerse sentir. Me parece que no me he equivocado.

Confieso que las otras novedades de aquella noche o de los días sucesivos –vestimenta, modo de presentarse al pueblo, viajar en bus junto a los demás, autos compactos…– no me parecían cosas chocantes: fuertes pero espontáneas. En esto me era relativamente fácil reconocer al hermano jesuita.

En los días siguientes las novedades no faltaron y gradualmente también comprendí poco a poco la personalidad del nuevo Papa. Por ejemplo, hubo un tiempo en que continuaba pensando que, tomando mayor conciencia del nuevo trabajo y de varias exigencias prácticas, habría decidido regresar a usar el apartamento papal o por lo menos una decisión diferente a Santa Marta. Pero no era así.

La determinación de cambiar no solo el lugar, sino también los equilibrios consolidados del sistema organizativo de la vida del Papa, de las relaciones con sus colaboradores, era al inicio la más firme y clara que me hubiera imaginado. No siempre fue fácil aprender a ‘convertirse’ a su nuevo estilo, a su espontánea libertad de expresión, a sus encuentros personales y sus llamadas telefónicas…; pero gradualmente comprendimos y apreciamos sus motivos y su gran valor. Muchos ‘alejados’ lo comprendieron más rápidamente que nosotros los ‘cercanos’.

Santa Marta y las otras novedades

Pero las novedades eran también en el estilo de la relación personal del pastor con los otros, con la gente. La novedad de la Misa matutina en Santa Marta, con un bello grupo de fieles y con una homilía que habríamos pronto aprendido a atender con gran interés cada día, y el saludo personal al final con cada uno de los presentes.

La capacidad de implicar a los asistentes al Ángelus o a las celebraciones, interpelándolos directamente e invitándolos a responder o a rezar juntos… La libertad del gesto y sus expresiones tocaban inmediatamente, pero en profundidad, el corazón de la gente. En este sentido una de las primeras experiencias importantes que hizo personalmente fue en la Misa de la Cena del Señor, el primer Jueves Santo, en la cárcel de menores de Casal del Marmo.

Según el uso litúrgico habitual se estaba previendo que el lavatorio de pies sería hecho solo con varones jóvenes. Me permití hacer llegar al Papa un mensaje discreto sobre el malestar de los jóvenes y el capellán, y la respuesta fue prácticamente inmediata. Como todos sabemos lavó también a muchachas y musulmanes, como había ya hecho en Buenos Aires…

Personalmente y como sacerdote, el aspecto que más me ha llamado la atención del nuevo pontificado es el hecho de que el Papa Francisco llegó, en tiempo breve, a hacer comprender a muchas personas –sea dentro o ‘fuera’ de la Iglesia– que Dios los ama, los quiere, les perdona sin cansarse. Lo dijo y lo ha repetido infinitas veces desde los primeros días.

Todos hemos sufrido mucho la imagen de una Iglesia adusta y severa, del ‘no’ más bien que del ‘sí’, alzada sobre preceptos prevalentemente negativos y fuera de tiempo. Sabíamos bien que era una imagen injusta, completamente diversa de aquella que buscábamos decir y testimoniar; pero el clima cultural dominante andaba en aquel sentido y nosotros no alcanzábamos a cambiarlo.

Sinodalidad: Caminar juntos

Me parece que el Papa Francisco lo ha logrado en modo muy eficaz y esto me ha dado una alegría muy grande y profunda. Y no fue solo un aspecto pasajero de su servicio: el Jubileo de la Misericordia alarga y profundiza el mensaje del amor, del perdón, de la reconciliación: lo reafirma y lo hace pasar a través de innumerables puertas en todos los ángulos del mundo, a comenzar no en Roma, sino en Bangui, de las periferias llevada al centro espiritual del mundo…

El Papa Francisco habla de ‘sinodalidad’, vive en primera persona la condición del creyente en camino y pone a la Iglesia en camino, para que salga siempre de sí y vaya a las periferias, para que seamos ‘discípulos misioneros’. Renovó profundamente el método y el espíritu de las asambleas del Sínodo de los obispos, puso en camino una ‘reforma’ de la Curia romana que no se sabe bien cuándo culminará… pero esto no es un caso, porque lo más importante es que nos ponga en camino confiándose en el Espíritu del Señor, sin querer nosotros mismos prefigurar dónde y cuándo debemos arribar.

Francisco es ciertamente valiente y confiado, camina en la fe y en la esperanza. Para vivir serenamente y gozosamente con él su pontificado se debe buscar de participar en esta actitud, de lo contrario nos podemos sentir turbados o temerosos, o sentirnos bloqueados e incapaces en el recorrer y en los territorios nuevos pastorales, sobre todo si se trata de temas complejos y delicados como los de la familia y las relaciones ecuménicas

Cultura del encuentro

Una de las palabras del Papa Francisco que me sonaron nuevas y que me tomaron un tiempo comprender, fue la ‘cultura del encuentro’. Luego comprendí que para él el encuentro concreto entre las personas es fundamental. Encuentro con Dios, encuentro personal con Jesús en primer lugar, pero también encuentro con sus colaboradores, con los líderes religiosos, con los responsables de los pueblos, no al encuentro con cada persona a la búsqueda de una palabra de confort o cercanía (¡sus llamadas telefónicas! Obviamente un gota en la miles de quien le quisiera recibir, pero en todo caso un mensaje ejemplar para todos).

Hice varias veces, siempre con la confianza de ser bien comprendido, una pequeña comparación entre el modo en el cual Benedicto y el Papa Francisco me han hablado de sus coloquios con los jefe de estado que le visitaban. Benedicto: la concisa, precisa y excepcionalmente lúcida indicación de los temas tratados. Francisco: las características de la persona humana y las actitudes del interlocutor. Ambos acercamientos de extraordinaria profundidad. En Francisco el encuentro con la persona concreta se resalta en plena y prioritaria evidencia.

Ciertamente los encuentros del Papa Francisco son una de las vías maestras de la presencia dinámica de la Iglesia también a nivel ecuménico, interreligioso e internacional. Basta pensar en los múltiples encuentros del Papa con el Patriarca ecuménico Bartolomeo, el reciente encuentro con el Patriarca de Moscú Kirill, o la nueva línea de relaciones ecuménicas con el mundo evangélico pentecostal representado, por ejemplo, por su amigo el pastor Traettino di Caserta, o la anunciada participación en la celebración de los 500 años de la Reforma en Lund (Suecia). La conocida amistad con el rabino Abraham Skorka y el musulmán Omar Abboud y el triple abrazo delante del Muro de las Lamentaciones: ¡un signo nuevo y fuerte!

A nivel internacional, el clamoroso acercamiento de Cuba y Estados Unidos fue ciertamente propiciado en parte por el carisma de Francisco y su impulso en la dirección de la reconciliación entre los pueblos.

¿El evidente y varias veces afirmado deseo de alcanzar el encuentro también con China podrá convertirse al fin en realidad? Ciertamente Francisco no esconde el hecho de que empuja en esa dirección. Cree en la fuerza del encuentro antes aun que en las mesas de negociación. Así sirve personalmente al dialogo y la paz.

Una referencia para todos

En el tercer año del pontificado el Papa Francisco ha viajado a todos los continentes, menos Oceanía (Asia, Europa, África, América Latina y el Caribe, América septentrional) respondiendo a las expectativas de los pueblos pero siempre dispuesto y atento a sus gestos y palabras. Había ya hablado al Parlamento europeo, el 2015 habló a los movimientos populares como al Congreso americano, y a las Naciones Unidas en Nueva York y en Nairobi.

Publicó una encíclica, la Laudato si’, que interceptó con amplitud de horizontes y equilibrio las grandes preguntas cruciales de la humanidad y del cuidado de la ‘casa común’, colocando su crítica radical de la ‘cultura del descarte’ en un contexto de responsabilidad y reflexión global, atenta a la ciencia, a la razón humana, a la visión religiosa de la persona humana y del mundo.

La autoridad del Papa Francisco ha adquirido una dimensión verdaderamente ‘global’, respetada universalmente y capaz de dar un verdadero servicio de orientación a la humanidad en camino.

En tres años sucedieron muchas cosas. Un camino que continúa en la escucha del Espíritu más que en proyectos y estrategias humanas. No nos olvidemos por tanto de rezar por el Papa Francisco, como él nos pide cada día”.


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