Thursday, July 8, 2010

La campaña contra los jesuitas


El nuevo espíritu necesita un campo donde ejercitarse, y lo halló en la campaña contra la orden de los jesuitas, a la que se consideraba como personificación del catolicismo eclesiástico. Se había producido aquí un singular espejismo, pues la Compañía de Jesús distaba mucho de poseer la fuerza y la influencia que se le atribuían. A mediados del siglo XVIII la orden contaba con veintidós mil miembros, la mitad de los cuales eran novicios, estudiantes y legos.

De los sacerdotes, una parte considerable residían en ultramar ocupados en obras misionales. Ni en sus peores momentos llegó el peligro turco a obsesionar tanto la mente de ministros y diplomáticos como ahora lo hacía la campaña contra esta orden, que no era sino una de tantas. Produce asombro ver cómo en la propia Roma se celebraban regularmente conferencias con asistencia de encumbrados prelados, en las que se trazaban planes para la supresión de la Compañía.

Los motivos y pretextos para combatir la Compañía eran distintos según los países. En Portugal se alegaba que los indios del sur del Brasil habían empuñado las armas para defenderse contra la destrucción de sus reducciones; en España se hablaba de una conjuración contra el rey, en la que nadie creía sinceramente; en Francia se tomaba pie del desfalco cometido por el procurador de la misión de los jesuitas en la Martinica, del cual se hizo responsable a la orden entera, sin darle, empero, la posibilidad de cubrir el déficit.

En Portugal, todos los jesuitas que no estaban encarcelados fueron embarcados y trasladados a los Estados de la Iglesia (1759). Los jesuitas españoles, ante la negativa del papa a admitirlos en sus estados, fueron desembarcados en Córcega. En Francia la orden fue legalmente disuelta en 1762, aunque permitiendo a sus miembros que se quedaran en el país como sacerdotes seculares.

La Compañía de Jesús seguía existiendo en Alemania, Austria, parte de Europa oriental e Italia. La emperatriz María Teresa era adicta a la orden, y no había que pensar en que procediera oficialmente contra ella. Por consiguiente, los gobiernos procedieron a hacer presión sobre el papa para obtener la disolución general de la Compañía.

María Teresa, que en 1770 había casado a su hija María Antonieta con el heredero del trono francés, no quiso indisponerse con sus aliados de Occidente y dio su consentimiento. Seguidamente Clemente XIV ordenó la disolución canónica y general de la orden (1773). El general de los jesuitas, Ricci, fue encarcelado , en el castillo de Santángelo y murió en su prisión (1775). Los bienes de la Compañía, que resultaron menos valiosos de lo que se creía, fueron en gran parte malbaratados.

La extinción de los jesuitas constituyó una derrota moral del papado y ocasionó grandes lagunas en las misiones y en Europa mismo, especialmente en la educación de la juventud. Con este paso Clemente XIV se hizo acreedor de acerbas censuras, tanto de sus contemporáneos como de la posteridad. Sin embargo, no es fácil decir qué otra cosa podía hacer.

Los gobiernos coaligados de Portugal, España, Nápoles y Francia estaban realmente decididos a llegar hasta los peores extremos. Clemente XIV no era un profeta y no podía saber que dentro de pocos años todos estos gobiernos perecerían en la tormenta revolucionaria. Para la Compañía de Jesús,su extinción fue, después de todo, una suerte. En el siglo XIX pudo surgir de nuevo, coronada con la aureola del martirio. Las demás órdenes que en la general catástrofe sufrieron daños apenas menores, tuvieron también que empezar de nuevo, pero sin aquella aureola.
.
.

No comments:

Post a Comment