El sacerdote alemán dirige el Servicio Jesuita para los Refugiados
NAIARA GALARRAGA 28 NOV 2012 - 23:08 CET4
Peter Balleis, director del Servicio Jesuita para los Refugiados. / LUIS SEVILLANO
Su trabajo implica viajar durante el 55% del año, pero con dos importantes diferencias respecto a los grandes ejecutivos: jamás vuela en clase business y la mayoría de la información que maneja la recibe de primera mano. Esto último, en estos tiempos, es raro; casi un privilegio para quien lidera un equipo. Lo cuenta, disfrutando de una caña, en el “portuñol” que aprendió en Brasil, donde estudió Teología. “No me preocupa tanto la perfección como la comunicación”, aclara. Es un hombre práctico. En la curia romana usa el “itañol”. Peter Balleis (1950) habla rápido y gesticula tanto que no parece alemán.
El camarero —Bertín se llama— evita interrumpirle. Para este camerunés que llegó en patera a España hace siete años y acaba de invertir todos sus ahorros en abrir este restaurante —El Mandela— con dos socios —dos jesuitas que le avalan— es seguro un honor, y una responsabilidad, tener a la mesa al máximo responsable del Servicio Jesuita de Refugiados(SJR). La ONG eligió el local.
Las guerras de Congo, Afganistán y Siria —encarnadas en los millones de personas a las que les ha destrozado, les destroza, la vida— son su prioridad. Ahora mismo, un puñado de jesuitas locales, ayudados por laicos, dan de comer a 5.000 personas cada día en la ciudad siria de Alepo —“esperamos duplicarlo”— y han convertido una iglesia ortodoxa en escuela porque “hay que mantener la normalidad dentro del caos”. Ellos, el SJR, ya estaban allí cuando llegaron los combates, atendían a los huidos de la invasión y el enfrentamiento sectario en Irak. “Una de las refugiadas nos contaba: ‘Así empezó la guerra en Irak”.
El Mandela. Madrid
Sopa Buollon: 10 euros.
Salsa de pistacho: 13 euros.
Dos cañas: 5 euros.
Dos tartas: 8 euros.
Café con leche: 1,30 euros.
Té: 1,30 euros.
Total: 38,60 euros.
Él, que ha conocido Siria, entiende bien los enormes riesgos que entraña. Coloca el tenedor y el cuchillo en forma de cruz (aún no hemos pedido la comida) para explicar cómo confluye la confrontación suníes-chiíes en un eje, y Occidente-Oriente en el otro. La actitud occidental le desagrada: “Poco a poco, estoy cansado de las guerras democráticas. Occidente tiene que ser democrático en su rol”. Este hombre, que un día se reúne con poderosos en una gran institución en Ginebra y al siguiente visita una escuelita africana o el Afganistán más peligroso, está convencido de que “quien toma un arma vende su alma a la violencia”.
Cuenta el tremendo impacto de su primer viaje fuera de Baviera. A los 20 años, Balleis, el pequeño de siete hermanos, acompañó a un benedictino a Kenia a visitar una misión. “Vi el mundo, cómo es la pobreza de África, el primer mendicante, la fascinación de descubrir otra cultura...”, recuerda. Eran los setenta, se viajaba poco, era caro, el mundo parecía más estrecho. Piensa un buen rato cuando se le pregunta si, de haber nacido unas décadas más tarde, sería cooperante a secas, no misionero. Responde que no, que cree que no. Pocos aguantan trabajar en lo peor de lo peor. “No basta tener solo buenas motivaciones humanitarias porque tratamos con el fracaso. Es la cruz. Tener una fe da esperanza cuando se afronta el absurdo del mundo”.
Mantiene la esperanza de que Zimbabue, de la que habla con gran cariño y donde vivió 15 años, se regenere. Ojalá en vez de a Mugabe hubiera tenido un Mandela, “un hombre no violento con integridad moral”.
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