Friday, December 14, 2012

LA IGLESIA EN CUBA DEBE DAR TESTIMONIO DE ESPERANZA


Entrevista al P. Jorge Cela SJ.


LA IGLESIA EN CUBA DEBE DAR TESTIMONIO DE ESPERANZA1

Por LENIER GONZÁLEZ MEDEROS



Durante un reciente viaje a la República Dominicana tuve el privilegio de visitar el Centro Bonó, magnífico espacio de reflexión política y acción ciudadana enclavado en un populoso barrio de Santo Domingo. Gestionado por los padres jesuitas, el Centro constituye un espacio de convergencia de la sociedad civil dominicana en pos de ensanchar la participación de los sectores sociales más desfavorecidos en ese país caribeño. Entre los fundadores de esta relevante iniciativa eclesial se encuentra uno de los sacerdotes jesuitas más respetados de Cuba: el padre Jorge Cela.
La historia personal de este cubano excepcional está íntimamente vinculada a la suerte que corrió la Compañía de Jesús en Cuba tras el triunfo revolucionario de 1959. El padre Cela ha sido coordinador del proyecto Fe y Alegría, la inmensa red trasnacional de educación popular de los jesuitas, que cuenta actualmente con más de un millón de estudiantes y 70.000 voluntarios en todo el mundo. Por su trabajo -dentro y fuera de Cuba- este hombre de hablar pausado y refinada inteligencia, ha sabido ganarse el respeto y la admiración de la Iglesia que peregrina en esta Isla: de sus Obispos, sacerdotes y laicos.
Con dolor hemos recibido la noticia de su nombramiento como presidente de la Conferencia de Provinciales Jesuitas para América Latina, hecho que lo llevará a abandonar nuestra patria rumbo a Río de Janeiro, Brasil. Comparto con los lectores de Espacio Laical esta entrevista realizada en su oficina de la Iglesia de Reina, interrumpida por infinitas llamadas telefónicas. El padre Cela ha asumido su nuevo nombramiento con la disciplina y el estoicismo que suelen tener los hijos de San Ignacio de Loyola, los mismos sentimientos que los han llevado a evangelizar en Asia, a vivir con las tribus del Amazonas y a comprometerse con el dolor de los más olvidados en cualquier confín de la Tierra.


Padre, le propongo hacer un acto de rescate de la memoria histórica. Me gustaría que me hablase de los sacerdotes jesuitas
cubanos de República Dominicana. ¿Cuál es la historia de este grupo de cubanos?


Lo que se llamó la “misión dominicana” salió de Cuba por los años 30. Por una petición de República Dominicana se enviaron los primeros jesuitas allá. Ellos comienzan trabajando en la frontera norte con Haití. Algunos de este grupo eran cubanos, otros trabajaban en Cuba pero eran españoles. Así que hay una relación muy vieja. Con el tiempo se crea primero la Vice-Provincia Antillense, que incluía ambos países. Después se extendió a Puerto Rico. Los tres países de habla hispana del Caribe formábamos una Vice-Provincia que dependía de una Provincia jesuita española. Con el tiempo, se constituye en Vice-Provincia independiente. Ya el Caribe tenía la Vice-Provincia Antillense , que después de convirtió en Provincia. Fue un proceso que produjo una relación muy cercana Había jesuitas que iban desde Cuba a República Dominicana. En el año 1961 en Cuba se da la intervención de los colegios. Algunos jesuitas quedan sin trabajo. Otros jesuitas son. Se dificulta para algunos la posibilidad de volver al país. Poco a poco esos jesuitas que quedan fuera de Cuba se van concentrando en lo que era parte de la Vice-Provincia (República Dominicana y Puerto Rico). También algunos van a otros países de América Latina y del Norte, pero sobre todo a República Dominicana y Puerto Rico.
Desde ese momento una gran cantidad de jesuitas cubanos se queda en Dominicana. Como la entrada a Cuba se dificultaba, los jesuitas jóvenes cubanos que en el extranjero iban terminando su formación, al no poder volver iban generalmente a República Dominicana. Así fue aumentando el número de los jesuitas, entre los cuales estoy yo, que terminamos trabajando en territorio dominicano.


¿Por cuántos años?


Estuve 45 años en República Dominicana. Muchos jesuitas han estado prácticamente toda su vida ahí. Algunos de ellos hemos logrado volver a Cuba, otros se han quedado trabajando allá.


¿Cómo condiciona este elemento “diaspórico” su visión sobre Cuba y sobre la Iglesia que aquí peregrina?


Yo diría que este sentido de misión exterior es muy propio de la Compañía de Jesús. Desde el momento de la fundación de la Compañía , ya uno de los fundadores, Francisco Javier, sale hacia la India , después pasa a Japón y allí muere cuando se preparaba para entrar en China. Es decir, que desde el primer momento esa actitud misionera de ir a otros países, de universalidad, es muy propio de la Compañía. Los jesuitas se movían, sobre todo por Europa, pero pronto empezaron a extenderse por Asia, por América Latina, por África,
por América del Norte.
Es muy propio también en la historia de la Compañía el que esa misión exterior tenga la característica de una inculturación muy fuerte. Hace unos años celebramos el centenario del padre Mateo Ricci. Fue un gran jesuita, misionero en China, que logró meterse de tal manera en la cultura china que se convirtió en un intelectual importante dentro de esa cultura. De forma que tuvimos incluso problemas en la Iglesia: la famosa discusión sobre los ritos chinos y malabares, por los intentos de inculturar la liturgia con las costumbres de los países donde estábamos. En América Latina es muy famoso todo lo que hay escrito sobre las culturas y las lenguas indígenas, muchas de las cuales fueron recuperadas para la historia por la labor de algunos jesuitas. Concretamente, las famosas reducciones que se fundaron en Paraguay, Argentina, Brasil, Bolivia, Perú. Esas reducciones le causaron a la Compañía hasta la expulsión de los reinos de España y Portugal y, finalmente, la supresión de la Orden durante muchos años por intentar conseguir la autonomía de los indígenas; por crear comunidades donde los indígenas tenían su gobierno propio y eran autónomos. De forma que siempre fue una actitud, en el estilo de misión de la Compañía , la inculturación, el tratar de penetrar en la cultura donde se trabajaba y hacerse parte de esa cultura.
En ese sentido, la actividad misionera siempre nos dio una visión más universal. El saber colocar los problemas dentro de una perspectiva más universal -cosa que yo siento que es muy apropiada para el mundo de hoy, cuando hablamos de globalización- nos ayuda a situarnos en esta aldea global de la que hablan los comunicadores, situarnos en esa perspectiva mucho más amplia, pero desde la cultura y los intereses locales. Incluso diría que esta experiencia dominicana nos aportó la capacidad de situar en una perspectiva mucho más amplia la realidad de Cuba. El interés fue más bien meterse en la cultura nueva, en la que nos hallábamos, pero eso aportó una riqueza nueva, aportó una visión mucho más amplia y una capacidad de mirar los problemas desde una perspectiva más abarcadora.
Creo que el aporte está ahí. Muchos jesuitas cubanos fueron a República Dominicana y contribuyeron notablemente a la cultura y la vida de ese país. No tanto a la cultura cubana, sino a la cultura dominicana. Creo que el aporte a Cuba consiste en haber tenido nosotros esa capacidad de relacionarnos con el mundo, de ampliar la mirada, y de colaborar luego, con una visión mucho más amplia, con la Isla.


Pudiera hablarnos de casos específicos, de jesuitas que hayan realizado aportes a la sociedad dominicana.


Podríamos hablar, por ejemplo, del padre José Luis Alemán, S.J., un economista que ha sido muy importante en todo el proceso de desarrollo económico de la República Dominicana , que ha sido muy grande en estos últimos años. Él fue formador, en la Facultad de Economía de la Universidad Católica Madre Maestra, de muchos de los economistas actuales de la República Dominicana. Podemos hablar del padre Julio Cicero, un mexicano que por la relación que existía entre la península de Yucatán y Cuba, vino a estudiar al Colegio de Belén, y se quedó para entrar en la Compañía de Jesús. Fue un gran biólogo y falleció hace unos días, pero ha sido reconocido en República Dominicana con el premio Nacional a la Ciencia.


Padre, ¿qué lo motivó a coordinar la encuesta realizada entre los años 1998 y 2000 en todas las comunidades católicas del país? ¿Cuáles fueron los resultados más significativos de la misma? Siendo usted un conocedor de la vida de la Iglesia en América Latina, ¿cuáles fueron sus mayores impresiones?


La encuesta surge por una petición de los Obispos cubanos. En Cuba la Agrupación Católica Universitaria había hecho en los años 50 una encuesta sobre la religiosidad cubana, se había estudiado esa perspectiva a finales de los años 50. Desde entonces no existía ningún estudio empírico de la Iglesia , y los Obispos cubanos empiezan a interesarse, desde el momento en que se comienza a desarrollar el primer Plan Pastoral de la Iglesia en Cuba, en estudiar cuál es la realidad de la Iglesia. Una realidad que ha cambiado mucho en estos 50 años de socialismo. Querían obtener un conocimiento más científico de la Iglesia. Le pidieron a la Compañía de Jesús su colaboración. En ese momento yo dirigía en Santo Domingo el Centro de Estudios Sociales P. Juan Montalvo, S.J., pero algunas veces en el año venía a colaborar con los jesuitas de Cuba. Entonces me preguntaron si podía colaborar con esa encuesta. ¿Cuáles son las cosas más interesantes que surgieron de ahí? Para mí lo más importante fue el carácter participativo de la encuesta, que involucró a todas las diócesis, a todas las comunidades, desde el comienzo. Empezó por preguntar ¿qué queremos saber? Y la gente fue aportando ideas. Una vez que clarificamos lo que queríamos saber, se organizó la investigación a manera de encuesta y se devolvió el material para que se revisara, para que se viera si respondía a lo que se deseaba obtener. La recogida de los datos fue hecha y tabulada por las propias comunidades. Una vez tabulados los datos, se devolvieron a los feligreses para reflexionar sobre ellos, para su interpretación. De forma que la interpretación se hizo en diálogo con las propias comunidades. Involucró de tal manera a la comunidad que creó un interés en el proceso histórico de la Iglesia y del país, que era un interés pastoral. O sea, se aumentó la conciencia de que el Evangelio se anuncia a una comunidad concreta, a una persona concreta. Y que por lo tanto, hay que tener en cuenta su realidad, su contexto, su momento. Para mí eso fue como el aporte principal: el haber creado una metodología que partiera de la realidad, que tuviera interés en palpar la realidad. El primer gran hecho fue el hacer la encuesta con la participación de las comunidades.
Un segundo aspecto que yo creo importante fue la finalidad de la encuesta. Es decir, un estudio que se hace no con finalidad académica únicamente, sino con una finalidad de aplicación concreta. El estudio se orienta al nuevo Plan Pastoral. Se hace para conocer mejor, para querer cambiar la realidad, para desplegar mejor la acción pastoral de la Iglesia. En ese sentido, no solamente la metodología incluye el hecho de partir de la realidad, sino también busca partir de la realidad para cambiarla, para incidir en la realidad de una nueva manera.
¿Qué datos nos da la encuesta? Fueron dos encuestas en realidad. Se hace una primera encuesta en 1998 que da una primera perspectiva acerca de lo que hay en la Iglesia , de lo que hace la Iglesia. Eso nos informa sobre cuánta gente asiste a la Iglesia, cuántas comunidades hay, qué se está haciendo en esas comunidades. Y a partir de esto se preparó una muestra para una segunda encuesta, más relacionada con el tipo de personas que asisten a la Iglesia , qué piensan, qué sienten, qué sueñan. La encuesta recoge no solamente la dimensión objetiva, lo que se hace en la Iglesia , sino también qué piensa, qué siente, qué sueña la gente que participa en la Iglesia. Yo creo que eso es un nuevo valor. No es solamente el dato frío de cuántos van a la Iglesia , cuántos se bautizaron, cuántos hicieron la primera comunión, cuántos van a la catequesis, cómo están organizados, sino qué piensa esa gente, cómo se siente, en qué está soñando, cuáles son sus perspectivas de futuro. Yo creo que eso fue otro aporte interesante de la encuesta.
La encuesta nos reveló cosas claves. Cosas que quizás ya sabíamos, pero que la investigación las dio con precisión. El valor de una encuesta no es que te diga muchas cosas nuevas, sino que te las diga con precisión. Pudimos ver con claridad la diversidad de la Iglesia, la diversidad en las distintas regiones, la diversidad cultural por orígenes nacionales, raciales, religiosos, históricos, que daban una diversidad muy grande…
Hay un dato interesante, que nos aporta la encuesta. Recordemos que se realiza a finales de los años 90 y principios del 2000. En ese tiempo la Iglesia empieza a recibir mucha gente que regresa: muchísima gente que había estado fuera de la Iglesia por muchos años y que regresa a la Iglesia. Nos encontramos entonces con una Iglesia formada por lo que llamaríamos cristianos nuevos, gente que por primera vez se acerca a ella siendo ya adultos, o gente que se fue de la Iglesia , la dejó y después de muchos años regresa. Un dato interesante para tenerlo en cuenta en la pastoral.
Otra cosa interesante es la presencia de laicos muy bien formados y que apenas empieza a tener una participación más significativa; la importancia que da la gente a una expresión que es propia de la Conferencia de Obispos de Puebla, que concibe a la Iglesia como comunión y participación. Y esa visión aparece y está muy metida en la gente. Y por lo tanto, existe la expectativa de mayor participación y de mayor comunión dentro de la Iglesia. Yo creo que eso fue un dato muy importante en todo el contexto de la realidad del país.
Otro elemento que aparece dentro de las respuestas es el deseo de colaborar en la construcción de la Iglesia y de la historia del país. Un dato que sale con mucha fuerza es la búsqueda de una espiritualidad entendida como el sentido de la vida. La gente reflejaba el deseo de encontrar sentido a su vida, a lo que estaba haciendo y padeciendo. Y llamaba a eso espiritualidad. Era la búsqueda espiritual, que es muy propio de lo que es la búsqueda religiosa en respuesta a la pregunta que nos hacemos por el sentido de la vida. Eso salía con mucha fuerza en la encuesta: una inquietud religiosa muy profunda.
Los que estaban en la Iglesia tenían una formación bastante buena. En eso influye que en Cuba, en general, la gente tiene buena
formación humana. Ha tenido años de educación de cierta calidad, y eso le facilita el aprendizaje de cualquier cosa, incluidos los
elementos religiosos. Pero no es solamente formación teórica sobre la religión, sino búsqueda religiosa del sentido de la vida. Por eso de la encuesta sale el énfasis de la Iglesia cubana en la espiritualidad de su Plan Pastoral, que se presenta como la respuesta al sentido de la vida.
Salió también con mucha fuerza la preocupación por la familia. Es una preocupación muy fuerte y, por lo tanto, es otra prioridad que existe, que indudablemente responde a un problema de la sociedad cubana, no exclusivo de Cuba, pero muy fuerte entre nosotros. También aparece con cierta relevancia la importancia de escuchar la voz de los jóvenes, la conciencia de una Iglesia que envejece, como la sociedad cubana, y la necesidad de escuchar la voz de los jóvenes que están necesitando de una respuesta de fe. Resultó impactante que muchos jóvenes dijeran que encontraban en la Iglesia un espacio donde dar lo mejor que tenían. Creo que esos son los puntos centrales que aparecen reflejados en la encuesta.


Con estos antecedentes ¿cómo recibe usted la posibilidad de volver a Cuba para trabajar de forma definitiva? ¿Cuáles fueron sus entusiasmos y cuáles sus preocupaciones?


Te diría que no fue una acción pasiva recibir la invitación, sino que fue una acción activa, pues la idea de regresar al país fue una
propuesta mía. Yo empecé a sentir -con las visitas que hacía periódicamente y el quehacer relacionado con la encuesta- que había aquí una misión a la que yo me sentía llamado.
Salí de Cuba en el año 60. Me enviaron a estudiar un año a Venezuela. Tardé 26 años en volver de visita y 50 en volver a vivir en
Cuba. En el año 1986, cuando regresé por primera vez, empecé a sentir lo que llamaríamos la vocación, la misión, el sentir que en Cuba había una tarea para mí y que me sentía llamado a realizar esa tarea. Y eso fue creciendo, lo fui proponiendo y lo fui viendo cada vez más claro. Yo tenía otros compromisos que me estaban retrasando, pero al final pude volver a Cuba hace un par de años, pensando que me iba a quedar.
Entonces, no fue simplemente el recibimiento, sino que fue algo que sentí nacer en mí como una especie de llamado, como la misión de volver a Cuba. Me entusiasmaban las posibilidades que había, de acompañar a una Iglesia que crecía, que se renovaba, que tenía la flexibilidad de oír. Puedo decir que he visto cambiar mucho a la Iglesia en Cuba. Y empezar a ver cambiar al país, empezar a ver procesos que se abren a la novedad, al futuro, a la expectativa de esperanza. Necesidad desde las debilidades de la Iglesia cubana, necesidad desde la debilidad del país, de los procesos de cambio. Yo me sentía llamado a ser parte de esta historia, que desde la necesidad abría nuevas posibilidades.
Volví con mucho entusiasmo, con muchos deseos de trabajar a partir de los resultados de la encuesta, de los planes pastorales de la Iglesia. Había hecho muchas y muy buenas relaciones en toda Cuba, que también me facilitaron el poder participar en estos procesos que vivimos.


¿Qué país y qué Iglesia encontró al regresar? ¿Cómo fue el contraste con esa Iglesia y ese país de la encuesta y la Cuba del día a día?


Encontré un país cansado, agotado de tantas luchas. Sin embargo, con ánimos de volver a soñar y de comenzar de nuevo. El debate en Cuba yo creo es: qué pesa más, si el cansancio, el desencanto, la desesperanza o ese ánimo que tenemos de volver a empezar, de no rendirnos, de continuar soñando. Es un país golpeado por muchas batallas, pero que tiene dos cosas que son importantes: Lo primero es una fuerte identidad, que se ha forjado a través de los años, por la historia que hemos vivido. Segundo, una autoestima grande, que creo ha estado marcada a través de la lucha por la soberanía nacional. Eso nos ha marcado, ha fortalecido nuestra identidad.
Creo que el trabajo hecho por acentuar la solidaridad ha marcado también al país, y esa también es una característica que encontré aquí. Hay actitudes que pertenecen a la cultura del Caribe: somos capaces de bailar nuestra tristeza. Somos capaces de recuperar y de compensar las dificultades que se nos vienen encima. Uno siente que Cuba es un país capaz de lograr creatividad en medio de su pobreza. La famosa palabra resolver explica esa capacidad de creatividad en medio de la pobreza. Creo que ahí está la clave para las posibilidades de Cuba. Cuando hablo de estas cosas en el extranjero, todo el mundo me dice: Cuba tiene la mayor posibilidad de recuperación, porque tiene a la gente formada. Los recursos en dinero, los recursos naturales, se consiguen; pero lo que no puedes conseguir, lo que no puedes improvisar, son los recursos humanos. Veinte años demora formar a las personas… Y mucho más de 20 años. Es algo que se siente y que da la perspectiva de posibilidades del país. Esas son las cosas más notables que encontré, en Cuba.
También encontré una Iglesia muy disminuida en número, una Iglesia muy pequeña, pero una Iglesia que se recuperaba del momento en que se sintió avasallada, atacada; salía entonces de una actitud defensiva para tomar una actitud más propositiva, de sentirse en su propia agua y empezar a perder la rigidez que crean la tensiones de los ataques. Se fue haciendo más flexible, más creativa, más abierta.
Fue un momento en el proceso de la Iglesia cubana. Quizá el momento clave lo constituyó el Encuentro Nacional Eclesial Cubano, punto de giro para una Iglesia que había empezado un proceso de apertura y de búsqueda muy positivo. Todo esto en medio de circunstancias difíciles, que sin embargo la han ayudado a purificarse y a soltar muchas cosas que son estorbos, aunque a veces se consideren ventajas; que aprendió en el dolor. Por eso, dentro de su pequeñez y de su pobreza, la Iglesia cubana es una Iglesia que tiene ilusión, que tiene fortaleza, que tiene identidad, que tiene futuro. Así también lo siento. Es una Iglesia con mucha riqueza espiritual.


A su juicio, ¿qué desafíos tiene la Iglesia en Cuba de cara al presente y al futuro? ¿Cuáles son sus mayores preocupaciones para poder acometer esos desafíos?


Es una Iglesia que todavía tiene que continuar el proceso de perder el miedo, de abrirse más, abrir el corazón, de aprender a perdonar, que creo que es una de las grandes tareas nuestras en Cuba: los procesos de reconciliación. De atreverse a soñar, a crear, a intentar cosas nuevas, a buscar caminos nuevos. De atrevernos a celebrar la vida con esperanza, a no caer en el pesimismo, a seguir perdiendo el miedo y la rigidez que nos han acosado durante largo tiempo.
Para mí el principal y más grande desafío es dar razón de nuestra esperanza. Yo siento que estamos en una cultura, muy acentuada en Cuba, del desencanto, de la desesperanza. Nuestra misión en este punto es dar razón de la esperanza; por qué y cómo vivir en esperanza. Hay una frase del pensador español Pedro Laín Entralgo que a mí me inspira mucho, que habla de la diferencia entre la espera y la esperanza: La espera es como cuando voy al dentista y me siento a esperar mi turno. La esperanza me pone a caminar para buscarla, para salirle al encuentro, para correr detrás de ella si es necesario. Esa es la diferencia entre esperar y tener esperanza. El gran desafío es vivir la esperanza y saber comunicarla, contagiarla.
Un segundo desafío importante para la Iglesia cubana es el de ser capaz de anunciarle a los jóvenes una buena noticia. El decirle al joven algo que realmente sea una buena noticia para su vida.
Un tercer desafío, que seamos capaces de construir comunidades de participación. Que la gente cuando entre a las comunidades de la Iglesia sienta que allí tiene participación: derechos, deberes, responsabilidades; un sujeto que participa activamente. Que esa sea la experiencia de vida en las comunidades. Comunidades, por lo tanto, más horizontales, no autoritarias, sino más abiertas. Comunidades con mayor calidez humana, mayor cercanía y más compromiso con la realidad, con el futuro, con todos los que sufren formas de exclusión.
Otros desafíos serían ayudar a encontrar el sentido de la vida y descubrir cómo podemos aportar al futuro del país.


Usted se ha ganado, desde hace ya muchos años y quizás como ningún otro sacerdote cubano, el respeto y la admiración de esta Iglesia. He tenido noticias que próximamente ocupará una responsabilidad importante de la Compañía de Jesús a nivel continental. ¿Cómo será su futura relación con un país y con una Iglesia que lo necesitan?


Diría que más que una Iglesia que me necesita, es una Iglesia y un país que yo necesito. He sido nombrado presidente de la Conferencia de Provinciales Jesuitas para América Latina. Eso supone un puesto de coordinación en América Latina, y por tanto, se incluye a Cuba, que va a ser parte de mi trabajo desde una perspectiva nueva, no desde dentro, sino desde afuera. Yo considero que este nombramiento, más que una cuestión personal, es un honor y un reconocimiento para Cuba, al invitarla a que esté en la coordinación de toda América Latina, del proceso de la Compañía de Jesús. En ese sentido, hay una responsabilidad. Además, hay una relación que voy a continuar manteniendo con el país, que se va a concretar en viajes que tendré que hacer. Pero además, será una oportunidad de poder relacionar a la Isla con los procesos de otras Iglesias en otros países de América Latina. En el mundo de hoy es muy importante que empecemos a mirar el futuro no mirando hacia el Norte, sino mirando hacia el Sur, y que las miradas horizontales, de solidaridad, se crucen para darnos fortaleza y no esperar desde arriba la salvación mágica, sino como vino Jesús de Nazaret, como vecino y hermano.
Creo que ese es uno de los elementos más importantes de la fe cristiana: la encarnación en la fe cristiana es fundamental. Es decir, el Dios que cuando quiere salvar, en vez de hacer lo que solemos hacer nosotros -que es acumular poder, dinero, todo lo que podamos para poder salvarnos-, se despoja del poder, se despoja de su condición de Dios y se hace hombre, para, siendo compañero, siendo hermano, siendo vecino, podernos salvar. Eso hace que, al buscar la salvación, no tengamos que mirar hacia arriba, sino hacia el lado, y ahora este cargo es para mí una oportunidad de ayudar a que los lazos Sur-Sur entre los países de América Latina se fortalezcan. Y a que descubramos que nuestra unidad será para el futuro la pieza clave. En este sentido, para mí es una oportunidad de servicio en un mundo cada vez más globalizado, en el que las miradas más universales, y las miradas más de relación con todos, son cada vez más importantes.



1. Tomado de: http://espaciolaical.org/contens/esp/sd_167.pdf

Reproducimos la entrevista publicada en la revista Espacio Laical en el número 167, marzo del 2012.

Ultima actualización (Martes 13 de Marzo de 2012 22:33)



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