Sunday, April 5, 2020

Los jesuitas, la otra militancia



Esto de aparecer como “soldado” de una causa no es sólo patrimonio de algunas facciones políticas. El nuevo Papa proviene de una orden, la Compañía de Jesús, que se formó originalmente como una organización mística combatiente.

El “militante” alude hoy al partidario de una ideología política. Sin embargo, el sentido etimológico del término, según la Real Academia Española, lo vincula estrechamente a “militar”.

Aunque el vocablo ha sido despojada de esta connotación castrense –se puede militar tanto en un partido político como en un club deportivo-, no debe perderse de vista su trasfondo bélico.

Militante es el participio activo del verbo militar. Y el verbo militar significa servir en la guerra o en la milicia. He aquí el sentido primario, el lazo ancestral, de la palabra en cuestión.

La lingüista Ivonne Bordelois dice que todas las palabras tienen un aura, enlazada con su pasado primigenio. La etimología, así, puede decir semánticamente mucho más que el uso corriente.

Ciertos sentidos preciosos –o terribles- se van escapando con el correr del tiempo. Y siempre es interese rescatar el arquetipo esencial que contenía originariamente el término.

La llegada al papado del cardenal Jorge Bergoglio significa el encumbramiento en la Jefatura de la Iglesia Católica de un jesuita. Es decir de alguien que proviene de las filas de una orden religiosa que en su origen actuó como un verdadero ejército en defensa del catolicismo.

Fundada por el noble y militar vasco Ignacio de Loyola en 1536, la llamada “Compañía de Jesús” fue creada como respuesta no institucional a la reforma protestante en su veloz avance por Europa en el siglo XVI.

La obediencia ciega al papa y la disciplina militar –la mayoría de sus integrantes entonces eran hombres de armas- fueron su sello fundacional “para seguir y cargar la cruz de Jesús” como “soldados” de la Iglesia.

Ese lema aún se trasmite tanto en los seminarios como en los colegios que los jesuitas tienen en más de 120 países del mundo. En realidad, en su origen la Compañía de Jesús fue un ejército sin espadas.

El ariete que utilizó no fueron propiamente las armas, sino la lucha en el campo de la cultura y la educación. Donde llegaron, los jesuitas fundaron colegios, universidades, bibliotecas y seminarios.

En América, la educación estuvo acompañada de innovadores sistemas de explotación agraria que asociaba a los pueblos originarios, sobre todo guaraníes. Las llamadas Misiones Jesuíticas se asentaron así en áreas comprendidas entre los ríos Paraguay, Paraná y Uruguay.

El poder jesuita se expandió por Europa y todo el mundo. Sus miembros se ganaron el favor de las elites europeas, logrando gran influencia en los centros de decisión. Hasta que cayeron finalmente en desgracia.

Fueron expulsados de todos lados por parte de los gobiernos, al tiempo que el mismísimo Papa Clemente XIV dispuso que la orden fuese disuelta en 1773, una suspensión que se prolongó durante 40 años.

El declive jesuita coincidió con la expansión de la masonería, una organización que propició el avance del Iluminismo, y que estaba en guerra abierta contra la monarquía y el papado.

En los últimos años los miembros de la Compañía de Jesús se acercaron a grupos provenientes de la izquierda marxista. De esta alianza surgió la llamada “teología de la liberación”, una suerte de mixtura entre el cristianismo y el comunismo.

Como sea, los jesuitas se vieron siempre a sí mismos como un grupo militante que iba a la guerra.




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