AMÉRICA LATINA |HONDURAS
Por EMILIANO RUIZ PARRA
26 de marzo de 2017
Ismael Moreno Coto, mejor conocido como "el padre Melo", en una de las manifestaciones del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas (Copihn) CreditRadio Progreso
PROGRESO, Honduras — Berta Cáceres tenía las llaves de la casa del padre Melo. Si pasaba por la ciudad de Progreso se quedaba en alguno de los cuartos vacíos en el hogar del sacerdote.
Ismael Moreno Coto, mejor conocido como el padre Melo, era amigo íntimo de la líder ecologista y de su esposo, Salvador Zúñiga, desde hacía más de dos décadas. Esa pareja fundó el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas (Copihn) en 1993. Durante 25 años de matrimonio, Berta y Salvador pasaron por diversas separaciones y reconciliaciones, y Moreno fue amigo y consejero de ambos.
“¿Quién se va a ir primero, Melo, tú o yo?”, le preguntó Cáceres, sin dejar de sonreír mientras les tomaban una fotografía tras un mitin de protesta contra una hidroeléctrica en río Blanco en 2013. El cura no respondió. Cáceres temía por su vida y también por la del jesuita. Su premonición se hizo realidad el 3 de marzo de 2016, cuando fue asesinada en su casa.
Moreno es un sacerdote jesuita que se ha convertido en uno de los principales líderes opositores de Honduras, el país más violento de Centroamérica. Es periodista en uno de los países más peligrosos para ejercer ese oficio: desde el golpe de Estado de 2009 han sido asesinados 26 reporteros, de acuerdo con la ONG Comité por la Libre Expresión (C-Libre). En ese contexto, el padre Melo se ha convertido en una figura antagónica del presidente Juan Orlando Hernández.
Del asesinato de Cáceres, sucedido el 3 de marzo de 2016, el sacerdote aprendió una lección. Dice que en Honduras se aplica a rajatabla la “ley de la muerte”: una condena contra los opositores al modelo “extractivista”. Los que no se dejan comprar por las empresas o los partidos políticos son condenados.
“Cuando los gatilleros impactaron sus disparos en el cuerpo de Berta Cáceres, ya la habían condenado a muerte hacía muchos años”, dijo Melo. Según él, antes de las balas hay un proceso de muerte civil y política para los opositores: se les denigra o se les invisibiliza. Los medios de comunicación corporativos solían ignorar a Cáceres o la llamaban la Bochinchera, como si fuese una persona problemática.
Moreno Coto también se ha sentido sentenciado. No piensa que lo van a matar como a Cáceres, pero ya asumió que fue condenado a la denigración y la invisibilidad.
Estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras protestaron a inicios de este mes por el asesinato de la líder ambientalista Berta Cáceres sucedido en marzo de 2016.CreditGustavo Amador/European Pressphoto Agency
Su vida ha estado marcada por la violencia. A los 16 años sufrió la muerte de su padre, Pedro José Moreno, acaecida el 17 de agosto de 1974. Oficialmente, se trató de un robo con violencia pero Ismael Moreno nunca se ha sentido satisfecho con esa versión porque su padre era un dirigente campesino que participaba en las expropiaciones de tierras.
Unos años después, apenas ordenado sacerdote, se vería tocado por una de las masacres más célebres en la historia de la Compañía de Jesús: el asesinato de seis jesuitas y dos empleadas de la Universidad Centroamericana (UCA) de San Salvador. El 16 de noviembre de 1989, un comando élite del ejército de El Salvador irrumpió de noche en la universidad y asesinó a los sacerdotes Ignacio Ellacuría, Amando López, Ignacio Martín-Baró, Joaquín López, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, así como a Elba y Celina Ramos, trabajadoras de la institución.
Moreno era cercano a las víctimas porque su director de tesis de maestría era Amando López, y el rector de la universidad, el célebre teólogo Ignacio Ellacuría, había sido su profesor. Pero su amistad más profunda era con Elba Ramos, la cocinera de la comunidad, y con su hija, Celina. De hecho, las había invitado a pasar la Navidad de 1989 con su familia en Progreso por lo que el 22 de diciembre iba a recogerlas en la frontera para llevarlas a casa de su madre, pero la matanza se interpuso en sus planes.
El más reciente de sus muertos se llama Carlos Mejía Orellana, quien tenía 35 años y fue asesinado en su casa la noche del 11 de abril de 2014. Era el encargado de vender los espacios publicitarios de Radio Progreso.
Mejía era homosexual y acaso por eso las autoridades se apresuraron a decir que se trataba de un crimen pasional, aunque era uno de los 16 trabajadores de Radio Progreso que estaba protegido con medidas cautelares de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por las amenazas que había recibido.
La cena
Melo, de 59 años, es el director de Radio Progreso, uno de los pocos medios de comunicación críticos al gobierno, que cumplió seis décadas en diciembre de 2016. También es la cabeza del Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación (ERIC) de la Compañía de Jesús, un colectivo que tiene influencia política en los movimientos sociales que se oponen a los megaproyectos mineros, turísticos e hidroeléctricos.
La noche del 15 de diciembre de 2016, Moreno organizó una cena en su casa. El menú fue sencillo: pollo frito, costillas de cerdo en salsa barbacoa y yuca frita. Era la comida rápida de un restaurante del barrio. “A menos que ocurra algo extraordinario, el próximo presidente se llamará Juan Orlando Hernández”, sentenciaba el sacerdote.
En esa y otras ocasiones el padre no cesó de criticar a Hernández: lo señalaba como el principal protector de los violadores de derechos humanos. También afirmó que Honduras atraviesa por una “democracia autoritaria que avanzará a una propuesta dictatorial, personalista”.
Los convocados a la cena eran doce personas, entre jesuitas, exjesuitas, académicos, un músico y un reportero. La conversación versó sobre el panorama político de Honduras. A los extranjeros nos puso al día: Hernández contaba con un aliado y protector en Estados Unidos; el general John Kelly, exjefe del Comando Sur y actual secretario de Seguridad Interior de Donald Trump.
Juan Orlando Hernández, presidente de Honduras, se dirigió a sus partidarios después de unos comicios primarios en Tegucigalpa, Honduras, el 12 de marzo de 2017. CreditOrlando Sierra/Agence France-Presse — Getty Images
La Constitución de Honduras prohíbe la reelección. Sin embargo, el Tribunal Supremo Electoral (TSE) le despejó el camino a Hernández para volverse a presentar a elecciones. Desde abril de 2015, la Corte Suprema declaró que prohibir la reelección era contrario a los derechos humanos y tratados internacionales. En octubre de 2016 los miembros del TSE ratificaron esta decisión por unanimidad.
Y el 14 de diciembre, un día antes de esta cena, Juan Orlando Hernández declaró que sí, que se postularía para otro mandato. Por tener las mismas ambiciones, el presidente Manuel Zelaya fue derrocado en 2009.
Melo pidió opiniones sobre cómo tener mayor incidencia en la realidad de Honduras “para mayor gloria de Dios”. “Lo que tú necesitas es una universidad”, le sugirió uno de los presentes, el académico Tony Payán, director del Centro México de la Universidad de Rice, en Houston.
Melo respondió con una anécdota: unos años atrás, un exministro se le acercó para ofrecerle 10 millones de lempiras (poco menos de medio millón de dólares al tipo de cambio de hoy) con el fin de fundar una universidad; Melo rechazó la oferta. La función de los jesuitas, justificaba Payán, era ser un gozne entre los ricos de arriba y los pobres de abajo. Otros apoyaron la propuesta pero el sacerdote no respondió.
Al otro día, el viernes 16 de diciembre, en un foro en Radio Progreso, Moreno dijo: “Bajo ninguna circunstancia vamos a dar marcha atrás y decir: ‘Vamos a llegar a arreglos con la élite política hondureña’. O decir: ‘Vamos a hacer componendas con un sector de la empresa privada o vamos a buscar al cardenal (Óscar Rodríguez Maradiaga)’”.
El sacerdote prosiguió: “Solo la alianza con los sectores con los que coincidimos en la construcción de propuestas alternativas al sistema capitalista es lo que nos protegerá. No tenemos ningún otro camino, bendito sea Dios, más que fortalecer la identidad de hace muchos años y en eso tenemos que empeñar el compromiso hacia adelante”.
“Hay que prepararnos para el futuro que viene: la democracia autoritaria avanzará a una propuesta dictatorial”, dijo Moreno Coto en una reunión de líderes comunitarios hondureños, el 17 de diciembre de 2016. CreditRadio Progreso
El mitin
Moreno Coto ha sido una figura recurrente en las reuniones de líderes comunitarios. El 17 de diciembre, en la conmemoración del aniversario de Radio Progreso, sostuvo un encuentro en el auditorio del ERIC en Progreso con activistas que viajaron desde poblaciones tan lejanas como San Francisco de Opalacas, Santa Rosa del Aguán y Tegucigalpa para escuchar su mensaje.
Muchos hicieron hasta dos días de viaje en autobuses destartalados, cargados con sacos de maíz, tubérculos y frutas de diversos colores para las ceremonias indígenas y afromestizas de gratitud y fertilidad. Algunos gastaron una parte importante de su sueldo de jornaleros, pescadores y pequeños productores de café para su peregrinación hasta ese salón donde estaban 170 personas sentadas y otro centenar permanecía de pie.
Honduras, les dijo el sacerdote, vivía bajo un régimen de “democracia autoritaria” en el que se cumplían formalidades como la división de poderes y un aparente ejercicio de las libertades constitucionales, pero que solo se sostenía con altísimas dosis de fuerza, represión y autoritarismo.
Según el cura, el gobierno del presidente Hernández se apoya en varias columnas. La primera es una alianza de la oligarquía nacional con las empresas trasnacionales, muy notoria en las inversiones en telecomunicaciones, la minería, el turismo, la generación de energía eléctrica y la palma africana.
La militarización era el segundo rasgo. En Honduras, dijo, las instituciones de justicia estaban colapsadas y el ejército participaba cada vez más en ámbitos de discusión política. “En un país inestable no hay manera de conseguir las ganancias de hace 25 años sin militarizar a la sociedad”, comentó.
Luego habló sobre el “asistencialismo proselitista”, que definió como el derroche de dineros públicos a través de los 72 programas sociales dirigidos desde la Casa Presidencial y la cooptación de los medios de comunicación.
Y, finalmente, se refirió al “sustento divino”. En cada acto oficial se celebraba una liturgia. La empresa privada y el gobierno se decían apoyados por Dios. Para ello habían conseguido el apoyo de un sector de la jerarquía católica y de los pastores evangélicos a través del Programa de Construcción de Templos, un instrumento del gobierno hondureño para canalizar fondos a las iglesias.
“Hay que prepararnos para el futuro que viene: la democracia autoritaria avanzará a una propuesta dictatorial, personalista”. Los asistentes confirmaban sus hipótesis. Si alguien se detenía a conversar con Magdaleno Gómez, pequeño productor de café de San Francisco de Opalacas, este confirmaba que en su pueblo no iban “a permitir las represas, ni la minería a cielo abierto”.
O con Aurelia Arzú, de la Organización Fraternal Negra de Honduras (OFRANH), que acusaba al gobierno de impulsar megaproyectos turísticos en playas como la bahía de Tela, que han sido el sustento de los garífunas.
Moreno le pidió a los dirigentes no desviarse hacia luchas electorales, no agotarse en batallas locales carentes de perspectiva nacional y no consumirse en protagonismos. Era el discurso de un dirigente político. En más de media hora de alocución nunca invocó a Jesucristo o a la Virgen María.
Pero un poco antes de terminar les recordó que era un sacerdote y debía ir a celebrar la misa funeraria de una compañera fallecida, cedió el micrófono y salió a paso veloz.
Miembros de la policía militar resguardan a los estudiantes de la escuela Maximiliano Sagastume, ubicada al norte de Tegucigalpa, el 17 de marzo de 2017.CreditOrlando Sierra/Agence France-Presse -- Getty Images
El hogar
Era un pequeño cuarto de menos de diez metros cuadrados con una cama individual, un escritorio con libros, papeles y una laptop. Observé el pudoroso desorden de alguien que siempre anda con prisa: una camisa arrugada por ahí, polvo de algunos días sobre las superficies, la cama destendida.
El padre Melo siempre va tarde a su próxima reunión. Esa mañana del domingo 18 de diciembre había preparado unos huevos con cebolla y jitomate y había calentado frijoles con cilantro mientras un joven jesuita estadounidense, Matthew, nos colaba café.
Sentado en su mecedora, el sacerdote contaba su vida. En Progreso existían dos colegios: el de los pobres y el de los ricos. Una sola vez el gobierno municipal otorgó dos becas para los mejores alumnos y él ganó el primer lugar, por lo que le tocó el colegio San José de la Compañía de Jesús. Era entonces un mulato flaco, de peinado afro y sombrero de palma que estudió con los hijos de la burguesía del banano. Allí se decidió a ser jesuita.
De joven vivió en Ciudad de México, donde estudió Filosofía, y después en San Salvador, donde cursó Teología. Desde 1995 se ha dedicado al periodismo. Ese año fundó en Honduras el diario opositor A mecate corto, y en 2001 formó el ERIC.
Moreno nació el primero de enero de 1958. Tiene 59 años y se ha convertido en un hombre de cara redonda, cabello cortado al ras, bigote gris, ojeras profundas y una prominente barriga de comedor de carnes, pollo frito, tajadas de plátano maduro y baleadas (una quesadilla de trigo, frijoles y queso).
En noviembre de 2017, Honduras transitará por unas polémicas elecciones. El presidente Juan Orlando Hernández podrá presentarse a la reelección y, quizá también se postule Manuel Zelaya Rosales, el expresidente derrocado en 2009.
El padre Melo no mira hacia 2017 sino a 2021, cuando Honduras celebrará el bicentenario de su independencia. Promueve la creación de un programa de nación llamado Soberanía 2021, una agenda de lucha para enfrentar lo que define como la potencial “dictadura personalista” del presidente Hernández.
Moreno dice que seguirá su trabajo desde su posición de sacerdote. Es decir, sin buscar un puesto en el gobierno. Según él, los momentos de represión y autoritarismo como el que actualmente vive Honduras pueden convertirse en oportunidades para el movimiento social.
Dice que a eso le apostará los próximos cuatro años de su vida.
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