Thursday, November 26, 2020

La Historia Secreta de los Jesuitas


LEY DOMINICAL

Publicado el noviembre 26, 2020 por Freddy Silvia




Bibliografía. Autor, Edmond París, revela la penetración e infiltración de los jesuitas en los gobiernos y en las naciones del mundo; esto se hizo con el fin de manipular el curso de la historia, estableciendo dictaduras y debilitando democracias como la de los Estados Unidos de América, abriendo el camino para la anarquía social, política, moral, militar, educativa y religiosa.

Edmond Paris, nació en la capital de Francia en una familia católica de estudiosos. Al venir de un trasfondo religioso, él estaba muy interesado en cuestiones filosóficas, religiosas y sociales desde su infancia.

Después de salir de La Sorbona, donde él era un estudiante, completó sus estudios en diversas partes del mundo, como Roma, Ginebra, Salamanca, y Montreal. Después de haber viajado mucho y ser devoto creyente de estar en estrecho contacto con la verdad y la realidad, fue por lo tanto capaz de comparar lo que había aprendido con lo que vio físicamente.

Desde Europa escuchamos una voz del mundo secular que documenta, históricamente, la misma información que nos fue dada por ex sacerdotes. Edmond Paris expone con valentía la intervención del Vaticano en la política y en las intrigas mundiales, además de fomentar guerras a través de la historia. Se ve, sin duda alguna, que la institución católica romana no es una iglesia cristiana y jamás lo fue.




Saturday, November 21, 2020

Francisco felicita al Servicio Jesuita a Refugiados...


Francisco felicita al Servicio Jesuita a Refugiados por sus 40 años de trabajo


"Su testimonio del amor de Dios en el servicio a los refugiados y migrantes es también fundamental para construir una cultura del encuentro que es la única que sienta las bases de una solidaridad genuina y duradera para el bien de la familia humana", escribe Francisco en una carta enviada al Reverendo Thomas H. Smolich SJ, Director Internacional del Servicio Jesuita a Refugiados, al cumplirse 40 años de esta incansable labor misionera presente en todo el mundo.



Sofía Lobos - Ciudad del Vaticano

El 14 de noviembre es una fecha especial para la Compañía de Jesús ya que marca el día en el que el padre Pedro Arrupe SJ fundó el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS por sus siglas en inglés) en 1980.

40 años después este proyecto continúa promoviendo su ministerio de acompañar a nuestros hermanos refugiados de todo el mundo.
La carta de Francisco

Para celebrar este aniversario, el Papa Francisco envió una carta al Reverendo Thomas H. Smolich SJ, Director Internacional del Servicio Jesuita a Refugiados, en la que felicita por su labor al Centro Astalli en Roma y expresa su gratitud con todo el personal y voluntarios del JRS que están presente en tantos países.

"Mis pensamientos van especialmente dirigidos a tantos hombres, mujeres y niños que se dirigen al JRS para buscar refugio y asistencia. Sepan que el Papa está cerca de ellos y de sus familias y que los recuerda en sus oraciones", escribe Francisco haciendo hincapié en que continúa rezando por esta labor misionera, mientras el impulso jesuita se renueva y se compromete cada vez más, poniéndose al servicio de las diversas necesidades de los refugiados y desplazados:

“Rezo para que todos ustedes sean capaces de extraer el estímulo, la sabiduría de la visión y el ejemplo de su fundador. Frente a los sufrimientos de los que huyeron de su tierra en busca de salvación por la guerra de Vietnam, el padre Arrupe convirtió su consternación en una atención profundamente práctica para su bienestar físico, psicológico y espiritual. Este deseo íntimamente cristiano e ignaciano de cuidar el bienestar de todos aquellos que se encuentran en un estado de profunda desesperación ha inspirado y guiado el trabajo del JRS en estos 40 años, desde sus inicios con los «Boat People» (refugiados que huían en botes después de la guerra de Vietnam a principios de la década de 1980), hasta el día de hoy, con la pandemia del coronavirus que ha dejado claro que toda la familia humana está «en la misma barca», enfrentando desafíos económicos y sociales sin precedentes”

Asimismo, en su carta, el Santo Padre afirma que demasiadas personas en el mundo actual se ven obligadas a migrar, "a aferrarse a las embarcaciones precarias y gomones en un intento de buscar refugio de los virus de la injusticia, la violencia y la guerra".

Es por ello que el Pontífice recuerda, que a la luz de estas graves desigualdades, el JRS tiene un papel crucial para hacer conocer y sensibilizar a la opinión pública sobre la realidad de los refugiados y los desplazados:

“Su tarea vital es extender la mano de la amistad a los que están solos, separados de sus familias, o abandonados, acompañándolos y ampliando sus voces, y sobre todo asegurando que tengan la oportunidad de crecer a través de su educación y desarrollo. Su testimonio del amor de Dios en el servicio a los refugiados y migrantes es también fundamental para construir una cultura del encuentro que es la única que sienta las bases de una solidaridad genuina y duradera para el bien de la familia humana”

Finalmente, el Papa asegura que mirando al futuro, confía en que ningún contratiempo o desafío, personal o institucional, podrá distraer o desanimar la respuesta generosa del JRS, "al urgente llamado a promover la cultura de la cercanía y del encuentro a través de la firme defensa de los derechos de quienes ustedes acompañan cada día".

“Con estos sentimientos, renuevo mis más profundas felicitaciones por su trabajo, y les pido que me recuerden en sus oraciones. Confío a todos aquellos vinculados al apostolado del JRS, a la amorosa intercesión de María, Madre de la Esperanza y Consuelo de los Migrantes, y con gusto les imparto mi bendición apostólica como una promesa de alegría y paz en Cristo Nuestro Señor”
El Centro Astalli agradece las palabras del Papa

Por su parte, el Centro Astalli ha agradecido las palabras del Santo Padre Francisco a través de un comunicado publicado por su presidente, el padre Camillo Ripamonti, SJ:

"El Santo Padre nos llama una vez más a nuestras responsabilidades, a nuestra humanidad. La pandemia no debe distraernos de esto. La última de las víctimas de nuestra indiferencia es un niño de seis meses. Opongámonos a la lógica de Caín y exijamos a quienes desempeñan funciones institucionales que estén a la altura de la tarea que se les ha encomendado: garantizar el respeto de la dignidad y los derechos de todos los seres humanos", expresa el padre Ripamonti.

"Dejar morir, sin hacer nada, a quienes intentan alcanzar un lugar seguro en el mundo, es el fruto amargo de la lógica de la indiferencia y la cultura del descarte de la que nos advierte el Papa Francisco. Que los hombres y mujeres de todas las creencias reaccionen y detengan la carnicería".

El sacerdote jesuita concluye indicando que celebrar 40 años, "es renovar nuestro compromiso diario al lado de los refugiados con la conciencia de que estamos al lado de los justos".




Sunday, November 15, 2020

Un jesuita bien cerca del poder






El cura Rodrigo Zarazaga, un hombre cercano al ministro Guzmán y a los empresarios. Imagen: Bernardino Avila
Imagen: Bernardino Avila
PortadaEl país

Quién es el cura Rodrigo Zarazaga

Cientista político, investigador del CONICET y Director del Centro de Investigación y Acción Social se mueve como pez en el agua en el mundo de la política y de los empresarios más poderosos del país, y por su amistad con Martín Guzmán facilita la relación del ministro con los CEOS de la Asociación Empresaria Argentina.



Por Washington Uranga
09 de noviembre de 2020

El nombre del sacerdote católico Rodrigo Zarazaga no es desconocido para el mundo empresario con el que mantiene aceitadas relaciones. En marzo pasado el cura fue el vocero ante Alberto Fernández de la iniciativa #SeamosUno, una propuesta que reunió a dirigentes de empresas y comunidades religiosas, con la finalidad de recaudar donaciones por mil millones de pesos destinados a alimentos para familias afectadas por la crisis económica y la pandemia de la covid-19. Pero no este el único contacto del religioso con las esferas de poder. Se lo conoce como una persona cercana al ministro de Economía y el facilitador de los diálogos que Martín Guzmán celebró –uno de ellos la semana anterior- con los principales referentes de la Asociación Empresaria Argentina (AEA), la entidad en la que pisan fuerte Techint, Arcor y el Grupo Clarín, entre otros. Antes, en marzo, la misma escena se había concretado con similares interlocutores y entonces el tema fue la renegociación de la deuda externa y las consecuencias económicas de la pandemia. Ahora se habló sobre el futuro económico del país, las iniciativas del gobierno, la postura de los empresarios y su eventual colaboración en la coyuntura

Como religioso Rodrigo es miembro de la Compañía de Jesús, más conocida como los jesuitas, la misma congregación a la que pertenece Jorge Bergoglio, el papa Francisco. De familia católica -su hermano Gonzalo también es sacerdote jesuita y teólogo- Zarazaga es doctor en Ciencias Políticas por la University of California y cursó un post doctorado en la University of Notre Dame. Quienes conocen la vida de “la compañía” aseguran que entre ambos jesuitas, Bergoglio y Zarazaga, no había una relación demasiado estrecha cuando los dos vivían en Argentina. “Respeto y distancia” describió otro cura señalando que Zarazaga ha sido crítico de la gestión del hoy Papa cuando le tocó conducir a los jesuitas en la Argentina. En la Pastoral Social porteña se lo suele mirar con recelo porque, aseguran, “siempre se corta solo”.

El sacerdote dirige desde 2011 el Centro de Investigación y Acción Social (CIAS) el think tank de los jesuitas en Argentina. A pesar de la discreción con la que suele moverse, este hombre que el próximo 3 de diciembre cumplirá 59 años y que también es Magister en Ciencias Políticas por la Universidad Nacional San Martín (2003), es muy reconocido en los ámbitos empresarios y mantiene frecuentes diálogos con personalidades del mundo de los negocios y de la vida política. Como parte de su formación religiosa el cura es licenciado en Filosofía y Teología y Magister en Ciencias Sagradas, todos títulos obtenidos en la Universidad de El Salvador. Es fundador y presidente de la Escuela de Liderazgo Político del CIAS, institución que funciona en la sede de la calle Callao en Capital Federal, y donde suelen coincidir hombres y mujeres con influencia en la vida política y económica de la Argentina.

Zarazaga y Guzmán se conocieron en Estados Unidos, cuando ambos cursaban estudios en el país del norte. Aunque el hoy ministro estudió en Columbia y el cura en Berkeley los encargados de hacer el puente entra ambos fueron Pablo Salinas y Rodrigo Ruete, personas cercanas a Guzmán y también vinculados a Zarazaga a través del CIAS. Ruete, politólogo como el jesuita, estudió en la Universidad Católica, fue secretario general de la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSES) entre 2009 y diciembre de 2015 y concejal de Cañuelas por el Frente para la Victoria. Hoy se desempeña como subsecretario de Relaciones Institucionales del Ministerio de Economía. Salinas es asesor del mismo ministerio.

Como investigador del CONICET el sacerdote Zarazaga se mueve en el mundo académico y allí se le reconoce conocimiento sobre la realidad del conurbano, los barrios y las situaciones de pobreza. Uno de sus profesores de teología asegura que es “quien mejor conoce la trama del conurbano”, una aseveración que otros ponen en duda y cuestionan su involucramiento real con la difícil realidad de los barrios carenciados del AMBA diciendo que es “un cura que habla de los pobres”. Entre 2012-2013 el jesuita fue co-director de la Maestría en Políticas Públicas y Gerenciamiento del Desarrollo, que lleva adelante la Universidad de San Martin en asociación con la estadounidense de Georgetown. En 2018 la fundación Konex lo distinguió con el Diploma al Mérito que se otorga a dirigentes sociales.

En octubre de 2016 el jesuita fue orador en el coloquio de IDEA en el panel de “Integración social” y sus afirmaciones no cayeron bien entre los empresarios presentes. En esa ocasión también discutió con la entonces Ministra de Desarrollo Social del macrismo, Carolina Stanley.

Rodrigo Zarazaga se entiende a sí mismo como un promotor del diálogo social, sostiene que para que la Argentina esté bien “tiene que ser buena para todos” y subraya la idea de que –como también lo dice Francisco- “estamos todos en el mismo barco y no hay salvación individual”.

Según lo consigna su propio curriculum Rodrigo Zarrazaga es autor del libro “La pobreza de un país rico” y compilador, junto a Lucas Ronconi, de “Conurbano infinito. Actores políticos y sociales, entre la presencia estatal y la ilegalidad”. Sus trabajos se centran en la investigación de problemas de redistribución, clientelismo y política electoral y sobre estos temas, desarrolla modelos formales (teoría de juegos) que capturan la interacción estratégica entre los diferentes actores políticos.

Varios de los trabajos del jesuita transitan por cuestiones relacionadas con los programas de transferencia de ingreso, vinculados con la política, el clientelismo, el trabajo y la inclusión. En el 2010 dictó una conferencia en la Universidad Torcuato Di Tella cuyo título fue “Entre la ausencia del Estado y la presencia del puntero: racionalidad política en el Conurbano Bonaerense”. En 2004 publicó “La pobreza de un país rico” en la editorial Siglo Veintiuno y en el 2014 la Corporación Andina de Fomento editó su complilación sobre “ Política latinoamericana contemporánea: desafíos y oportunidades a principios del siglo XXI”.

Sus investigaciones han sido publicadas en Latin American Politics and Society, Journal of Theoretical Politics, World Development, Desarrollo Económico, Posdata, Stromata, entre otras revistas. Sus trabajos lo han llevado también a ser profesor invitado en Georgetown University y en la Pontificia Universidad Católica de Chile.




Saturday, November 7, 2020

Hipólito Mejía destaca papel de los jesuitas en el desarrollo educativo del país

Diario Libre - 30/10/2020, 10:15 AM


Hipólito Mejía, expresidente de la República.


El expresidente Hipólito Mejía destacó el papel protagónico en la educación técnico vocacional y en la investigación científica realizado por la Compañía de Jesús desde su instalación en el país en 1934.

Durante la presentación del libro “Instituto Politécnico Loyola, sesenta y siete años después, La vida y peripecias de una escuela modelo”, el exmandatario dijo: “Hoy, sesenta y siete años después de iniciarse la vida de esta institució, la cual quiero y a la cual agradezco, me siento especialmente honrado de que se me haya brindado la oportunidad de presentar este importante libro".

Dijo que el texto fue escrito por el padre José Luis Sáez y recoge la vida y peripecias de lo que él llama. con mucha propiedad, una escuela modelo.

Afirmó que Sáez, sin lugar a dudas, es el historiador más consistente sobre la trayectoria de los jesuitas en la República Dominicana.

En efecto, sus dos volúmenes publicados entre 1988 y 1990 constituyen un referente obligatorio para entender este nuevo libro sobre el discurrir del Instituto Politécnico Loyola, dijo.

Mediante un comunicado manifestó: “El libro está dividido en seis capítulos y un apéndice documental que, juntos, permiten al lector seguir la narrativa de un proceso donde participan personas e instituciones en contextos históricos muy particulares y complejos”.

Sostuvo que el autor ha construido esa narrativa con especial destreza.

Resaltó que el punto de partida de ese relato se sitúa en el período 1951-1953.

“Es bueno recordar que el establecimiento de los jesuitas en el país se hace definitivo a partir de la misión fronteriza que, empezando en el año 1934, comenzó a configurarse en la línea noroeste, particularmente en Montecristi, Guayubín, Dajabón y Sabaneta", afirmó.

A continuación el discurso integro de Mejía:

Me siento muy contento de participar en este acto, en ocasión de presentar el contenido y la significación del libro Instituto Politécnico Loyola: 67 años después. La vida y peripecias de una escuela modelo, de la autoría del padre José Luis Sáez.

Meses atrás, tuve el privilegio de recibir la invitación para escribir la presentación de este importante libro. En esa presentación señalé algo que hoy reitero con mucha satisfacción: que mi educación en las aulas del querido Loyola ha sido determinante, tanto en mi vida personal como en mi trayectoria de hombre público.

El padre José Luis Sáez es, sin lugar a dudas, el historiador más consistente sobre la trayectoria de los jesuitas en la República Dominicana. En efecto, sus dos volúmenes sobre los jesuitas en el país, publicados entre 1988 y 1990, constituyen un referente obligatorio para entender este nuevo libro sobre el discurrir del Instituto Politécnico Loyola.

El libro que hoy presentamos está dividido en seis capítulos y un apéndice documental que, juntos, permiten al lector seguir la narrativa de un proceso donde participan personas e instituciones en contextos históricos muy particulares y complejos. Pienso que el autor ha construido esa narrativa con especial destreza.

El punto de partida de ese relato se sitúa en el período 1951-1953.

En efecto, es bueno recordar que el establecimiento de los jesuitas en el país se hace definitivo a partir de la misión fronteriza que, empezando en el año 1934, comenzó a configurarse en la línea noroeste, particularmente en Montecristi, Guayubín, Dajabón y Sabaneta.

Esa misión, como bien lo establece el padre José Luis Sáez, tenía como objetivo lograr “la nacionalización de distintas regiones fronterizas a partir del cultivo del amor a la tierra, la difusión del idioma castellano, el respeto a las autoridades constituidas legalmente, en la observación estricta de las leyes, y en la celebración de las fiestas patrias, entre otras dimensiones de lo que en esa época se entendía como la correcta identidad dominicana.

Recordemos que estamos hablando del inicio del régimen autoritario que desde el año 1930, encabezó Rafael Leónidas Trujillo Molina.

De manera, pues, que cuando los primeros jesuitas llegan a San Cristóbal, lo hacen, en gran medida, como parte de las iniciativas del gobierno dominicano a favor de la educación técnica.

Es de justicia destacar que una buena parte de esos jesuitas procedía principalmente de España y Cuba, países con un nivel de desarrollo muy superior al nuestro, en ese momento.

¿Por qué se creó el Instituto Politécnico Loyola?

El autor nos dice que ya para el año 1947, en este lugar donde nos encontramos, existía un complejo de seis edificios que estaban llamados a ser parte del Instituto Agrícola Nacional.

Por razones que el autor también explica, ese instituto nunca llegó a funcionar, pero los edificios pasaron a ser utilizados como sede de la Secretaría de Estado de Agricultura, Pecuaria y Colonización.

Es en ese contexto que, en el año 1951, el padre Luis González-Posada, propone al presidente Trujillo replicar en ese lugar el modelo de la Escuela Obrera que dirigía la Compañía de Jesús en La Habana, Cuba.

Ese es un momento crucial de la narrativa, por el hecho de que entra en el escenario una figura fundamental para entender la historia del Loyola. Me refiero, por supuesto, al padre Ángel Arias Juez, quien era el director de dicha escuela.

El padre Arias Juez, graduado de ingeniero eléctrico, había constatado en Cuba, país que a la sazón tenía un nivel de desarrollo muy destacado en América Latina, que la formación de profesionales y técnicos de alta calificación era una condición necesaria para garantizar la sostenibilidad del desarrollo de los países.

No es coincidencia, pues, que las carreras que se consideraron vitales para ser impartidas en el Loyola, en ese momento, fueran mecánica diésel, radio y televisión.

Es bueno destacar, además, que en ese pensum original no se hacía mención de la agronomía, aunque posteriormente la misma sería incorporada con un rol protagónico.

Todos esos esfuerzos, dirigidos por el padre Arias Juez, y con el apoyo directo y personal del presidente Trujillo, desembocaron en la inauguración del Instituto Politécnico Loyola el 24 de octubre de 1952, iniciando las clases el día 3 de noviembre de ese mismo año, con una matrícula de 691 estudiantes.

Como indica el autor, la visión educativa de los jesuitas fundadores del Loyola, al tiempo de procurar la rigurosa formación de técnicos altamente calificados, también enfatizaba la educación en valores trascendentes, tales como la moral, la ética, la solidaridad y el amor a Dios.

Ese propósito requirió la contratación de profesores extranjeros altamente calificados, ya que el país no contaba con recursos de ese perfil.

Es por eso que, como indica el padre Sáez, a fines de 1953 se contrataron ocho profesores, en su mayoría españoles, al tiempo que se reforzaba el personal de la escuela de agronomía con tres especialistas en las ramas de química, horticultura y veterinaria.

Es esa educación la que impactó de manera inmediata la vida de San Cristóbal y sus zonas aledañas, especialmente, porque fueron creadas las condiciones para que parte de los estudiantes residiera como internos en los dormitorios, mientras que otros podían acogerse a un régimen de semi-internado.

En adición, se estableció el transporte gratuito de estudiantes en autobuses del Loyola y se adoptó el novedoso modelo de cursos nocturnos para obreros.

Eso permitió que estudiantes de escasos recursos económicos pudieran recibir una educación técnica que, además de permitirles su movilidad social, fortaleciera el desarrollo de los sectores productivos de ese momento.

Los jesuitas tuvieron la visión de dividir la estructura académica en dos ciclos: escuelas preparatorias y escuelas técnicas. Ese modelo sirvió para que a las carreras técnicas ingresaran estudiantes bien formados.

Aunque, como vimos antes, la carrera de agronomía no formaba parte del pensum original del Loyola, para el año 1954 esa carrera empieza a convertirse en una carrera líder. A eso contribuyó, significativamente, el traspaso al politécnico de terrenos pertenecientes a la Secretaría de Estado de Agricultura.

Una persona que jugó un papel fundamental en la consolidación y expansión de la escuela agropecuaria del Loyola fue el ingeniero Andrés M. Vloebergh, de nacionalidad francesa, quien dirigió, con destacada competencia, el equipo de técnicos especialistas de esa escuela.

El resultado del esfuerzo de todas estas personas, dominicanos y extranjeros fue la celebración, el 13 de junio de 1958, de la primera graduación colectiva del Loyola.

De esos 19 egresados, siete eran peritos agrónomos, y doce, peritos industriales en las áreas de motores diésel, radio y televisión, electricidad, fundición y automovilismo.

Un dato curioso es que esa graduación colectiva estuvo precedida por la investidura, el 26 de mayo de 1956, de Gerardo Peralta Lebrón, quien se graduó en solitario, como el primer técnico industrial egresado de esta institución.

¡Para confirmar la certeza de la visión jesuita sobre este centro educativo, debemos destacar, como bien lo hace el autor, que esos graduados encontraron trabajo rápidamente, tanto en el gobierno como en empresas privadas!

Otro hecho a resaltar es que, desde esa primera graduación hasta la fecha, una parte de los egresados se ha convertido en profesores e instructores en las mismas aulas donde antes se forjaron.

También conviene destacar que, al salir de estas aulas, los egresados no olvidaron a la institución que los formó, sino que desde el inicio dieron el paso de crear la Asociación de Antiguos Alumnos del Loyola, que fue la génesis de la hoy Fundación Loyola.

A los fines de entender mejor el significado de los hechos que acabamos de narrar, es importante dar una mirada a lo que era la República Dominicana en aquel momento.

“Para empezar, la población nacional estaba constituida por dos millones doscientos mil habitantes, de los cuales, cerca del 77 % vivía en la zona rural.

La economía dominicana se sostenía, principalmente, en el sector primario, es decir, la agricultura, la ganadería, la industria maderera, y la pesca, entre otros. Una industria fundamental era la formada por los ingenios azucareros.

Asimismo, el tabaco, el arroz, el café y el cacao eran cultivos que generaban ingentes empleos, teniendo además una dinámica comercial muy activa.

En ese mundo rural dominicano, al tiempo que había latifundios, cientos de miles de familias vivían en una economía de autoconsumo, en pequeños predios rurales distribuidos por toda la geografía nacional. Una gran parte de los estudiantes que venían al Instituto Loyola procedían de ese mundo rural.

Obviamente, ese contexto histórico es inseparable del régimen político vigente. Es decir, vivíamos en un régimen autoritario y personalista encabezado por Rafael Leónidas Trujillo, y esa figura política tenía en la ciudad de San Cristóbal una de sus principales bases de operaciones, con una vigilancia meticulosa de todo lo que allí ocurría, y obviamente, esa presencia de Trujillo en la vida cotidiana de San Cristóbal, tenía un impacto directo en la relación de los jesuitas que dirigían el Loyola con todas las instituciones del Estado dominicano.

En ese contexto de autoritarismo era necesario que los jesuitas del Loyola, para poder convivir en el régimen y adelantar su proyecto, tuvieran que flexibilizar sus demandas, al tiempo de preservar sus principios éticos y religiosos.

Por todas esas razones, durante la mayor parte del régimen trujillista, el Loyola casi siempre pudo disponer del presupuesto necesario para desarrollar ese proyecto educativo. Sin embargo, el autor de este libro afirma que, a partir del año 1957, justo el año en que yo ingresé a esta institución, el presupuesto “inició una curva descendente.

Por tal motivo, el politécnico en ese año solicitó “que su personal pasara a la nómina del Estado, como los demás empleados públicos, pensando en la posibilidad de hacer algunos ahorros”.

Las limitaciones presupuestarias que pudieron presentarse durante esos años, fueron cubiertas, en gran medida, por la austeridad y las destrezas gerenciales que caracterizan a los miembros de la Orden de los Jesuitas. Sin embargo, esa relativa seguridad financiera cambió a partir del 30 de mayo de 1961, cuando desapareció físicamente Trujillo.

El autor dedica un capítulo bajo el título “El Largo Camino de la Estabilidad (1962-1974)” para informarnos de todo lo que hizo la dirección del Loyola para enfrentar con éxito los desafíos que imponía su nuevo relacionamiento con el Estado, y con la sociedad en sentido general.

Para empezar, en el año 1961, con la caída de la dictadura, se abren las puertas hacia la construcción de la democracia dominicana.

Obviamente, esos aires de libertad también llegaron al estudiantado del politécnico, creando así iniciativas estudiantiles que en muchos casos se tornaban contestatarias y difíciles de manejar para los jesuitas.

Un ejemplo ilustrativo es lo que el autor llama “la primera acción simbólica contra el Politécnico por parte de los mismos alumnos” consistente en la destrucción del busto de Trujillo ubicado a la entrada del auditorio menor.

En ese contexto, el politécnico, ahora teniendo como rector al padre Silvio González, quien sustituyó al padre Arias en el año 1962, inicia un proceso de mejora de su planta física, el cual incluyó la construcción de una biblioteca pública, de la escuela primaria Loyola y el inicio de un proyecto de vivienda para beneficiar a los empleados y profesores.

Todo eso fue acompañado de un incremento notable del personal jesuita.

“En esa nueva etapa, vale destacar el hecho de que se consolida el peso específico de la carrera de agronomía en el Loyola.

En efecto, la institución recibió una importante cantidad de terrenos, en su mayoría de vocación agrícola, para actividades de capacitación e investigación en esa área.

El Politécnico Loyola se convirtió así en la institución por excelencia para el estudio de las ciencias agrícolas en el país.

Un hecho que el autor examina de manera muy meticulosa es el impacto de los procesos propiamente políticos, derivados de la guerra civil de abril de 1965, en la vida académica del Loyola.

Ejemplo de ese impacto es la propuesta hecha en el año 1968 por la Agencia Internacional para el Desarrollo (AID), a los fines de revisar el currículo y la estructura administrativa de esta institución. Esa propuesta nunca se materializó.

Es importante anotar, como bien lo señala el autor, que, en ese momento, el estudiantado del politécnico asume un rol protagónico sin precedentes.

Ese activismo estudiantil derivó en conflictos internos entre los estudiantes organizados en su asociación, así como entre los profesores y la dirección de la institución.

En el contexto de efervescencia política que vivía el país, ese conflicto interno llegó a unos niveles de tal magnitud que los jesuitas se llegaron a plantear la opción de entregarle la dirección del politécnico al Estado. Esa propuesta, felizmente, nunca llegó a materializarse.

Superado ese período de inestabilidad, la etapa comprendida entre 1974 y 1993 es examinada por el autor como el equivalente a una época de consolidación institucional, expansión curricular, búsqueda de sostenibilidad presupuestaria y desarrollo científico del Instituto Politécnico Loyola, así como de una nueva articulación con la economía y la sociedad dominicana.

Todos esos esfuerzos de los padres jesuitas, así como de los egresados de esta institución sirvieron para dar un salto cualitativo en el estatus del Loyola dentro de la comunidad académica dominicana.

Así, en el año 1986 se iniciaron las gestiones para que se reconociese al Loyola como un centro de educación superior que se ajustaba a las normas establecidas por el Estado.

Es en el año 1992 cuando se hace una revisión a fondo del currículo y se definen políticas para aumentar el número de egresados y reducir la deserción de los estudiantes. Eso pudo lograrse, en gran medida, por el fortalecimiento de los lazos de esta institución con el sector privado, que demandaba de profesionales calificados en diversas áreas.

Un hito en la historia del Instituto Politécnico Loyola ocurrió en el año escolar 1994-1995, al inscribirse las primeras alumnas en esta institución, siendo su primera egresada de agronomía la muy querida Jeimy Jiménez Brito.

En el último capítulo, titulado “Vocación de Crecimiento”, el autor documenta lo ocurrido en el Loyola durante el período 2000-2018.

Dando continuidad al proyecto jesuita de hacer de la educación un instrumento de desarrollo integral, durante esos dieciocho años se hicieron enormes esfuerzos para hacer del Loyola un centro académico del nuevo siglo.

Sin duda, el momento culminante de esos empeños ocurrió en el año 2008, cuando el querido Loyola se convirtió en el “Instituto Especializado de Estudios Superiores Loyola”. Con esa nueva identidad este centro educativo otorga ahora grados en cuatro menciones, a saber, electricidad, agro-empresa, industria y redes.

Hoy, sesenta y siete años después de iniciarse la vida de esta institución, a la cual quiero y a la cual agradezco, me siento especialmente honrado de se me haya brindado la oportunidad de presentar este importante libro, escrito por el padre José Luis Sáez, el cual recoge la vida y peripecias de lo que él llama con mucha propiedad, una escuela modelo.

Por ese vínculo especial que me une al querido Loyola, pido su venia para resaltar algunos eventos que el autor del libro menciona en diferentes capítulos y en los apéndices.

En primer lugar, de las aulas de esta institución han egresado miles de profesionales que han hecho aportes tangibles al desarrollo de los sectores productivos nacionales.

No exagero al decir, en el campo propiamente agrícola, que, desde sus inicios, en la finca experimental del Loyola se tomó en serio la investigación agrícola.

Como muestra, tenemos los primeros híbridos y variedades mejoradas que surgieron de las investigaciones pioneras del profesor Andrés Vloebergh, labor que fue continuada por el profesor Pedro Comalat Rodes y otros científicos de esa escuela.

En esa misma dirección debemos destacar la gigantesca labor investigativa y docente de los profesores Eugenio de Jesús Marcano y Julio M. Cícero.

El padre Cícero deja un legado imperecedero con el Arboretum Loyola, creado el 4 de mayo de 1979, justo al lado de estas edificaciones.

Asimismo, de nuestras aulas han salido varios ministros de agricultura, así como destacados servidores públicos de ayer y de hoy.

Esos egresados del Politécnico Loyola han hecho aportes de mucha importancia a la sociedad dominicana en sus respectivas áreas de competencia, como también en el ámbito de la formación de una ciudadanía responsable y apegada a valores éticos y morales.

Señoras y señores:

Al tiempo de felicitar al padre José Luis Sáez por haber escrito este importante libro, quiero expresar mi deseo de que el mismo se convierta en un referente para las generaciones futuras, en particular en lo que respecta al aporte realizado por los padres jesuitas y el Instituto Loyola a la educación superior para el desarrollo integral de la sociedad dominicana.