Sábado 15 de agosto, 2015
Por: Martín Guevara
Esta foto me la hice en el monumento de las víctimas de Maine en el malecón de La Habana, un día de sol bueno y mar de espuma cuando Pilar quería estrenar sus zapatitos de pluma.
Unos minutos después una patrulla de policía se detuvo para pedirme identificación, porque según ellos yo estaba faltándole el respeto a un símbolo histórico; por suerte mis amigos cubanos no estaban encaramados y no tuve mayor problema para convencer al oficial de que al ser extranjero no lo sabía, y continuar nuestro paseo por el malecón silbándole a las caderas musicales habaneras y bajando uno de aquellos pomos de ron casero.
El monumento fue construido en 1926, originalmente tenía un águila imperial encima de las dos columnas y tres bustos de presidentes norteamericanos que tenían una relación histórica muy estrecha con Cuba.
En enero de 1961, un Fidel que ya había sido ferviente jesuita, luego del Partido Ortodoxo, después del grupo de apoyo al peronismo argentino, más tarde juró delante de las cámaras que él no era comunista ni jamás lo sería porque ese era un sistema de opresión de los pueblos, y finalmente, ante la más que atractiva propuesta de amor soviética aderezada con la promesa de millones de toneladas de petróleo, alimentos, armas, protección y eterna amistad, entre otras cosas, mandó derribar el águila del monumento y a eliminar las representaciones de McKinley, Wood y Roosevelt.
Y también mandó a grabar la siguiente inscripción: “A las víctimas de El Maine que fueron sacrificadas por la voracidad imperialista en su afán de apoderarse de la isla de Cuba”.
Hoy, bastante tiempo después del adulterio de Moscú con Reagan, y aún en relaciones aunque muy flojas ya con el “amargo Maduro”, sucedáneo de aquel “Chávez chispeante” que surtía petróleo a espuertas a la isla de sus amores, ha vuelto a ondear la bandera de los Estados Unidos en lo que había sido su embajada, más tarde oficina de intereses, y ahora nuevamente su sede diplomática presidida otra vez por el símbolo del águila imperial, a pocas cuadras del monumento de El Maine.
Una curiosidad nada baladí: los marines que arriaron la bandera en el año 1961 regresaron hoy para volver a izarla.
Ahora, observando esta instantánea mía de hace algunos abriles, me pregunto si volverán a colocar el águila sobre las dos columnas, si repondrán convenientemente las tres efigies presidenciales norteamericanas y me gustaría saber si pondrán una nueva inscripción, en lugar da la actual frase, tan poco afectuosa con los nuevos amigos.
Fuente
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Por: Martín Guevara
Esta foto me la hice en el monumento de las víctimas de Maine en el malecón de La Habana, un día de sol bueno y mar de espuma cuando Pilar quería estrenar sus zapatitos de pluma.
Unos minutos después una patrulla de policía se detuvo para pedirme identificación, porque según ellos yo estaba faltándole el respeto a un símbolo histórico; por suerte mis amigos cubanos no estaban encaramados y no tuve mayor problema para convencer al oficial de que al ser extranjero no lo sabía, y continuar nuestro paseo por el malecón silbándole a las caderas musicales habaneras y bajando uno de aquellos pomos de ron casero.
El monumento fue construido en 1926, originalmente tenía un águila imperial encima de las dos columnas y tres bustos de presidentes norteamericanos que tenían una relación histórica muy estrecha con Cuba.
En enero de 1961, un Fidel que ya había sido ferviente jesuita, luego del Partido Ortodoxo, después del grupo de apoyo al peronismo argentino, más tarde juró delante de las cámaras que él no era comunista ni jamás lo sería porque ese era un sistema de opresión de los pueblos, y finalmente, ante la más que atractiva propuesta de amor soviética aderezada con la promesa de millones de toneladas de petróleo, alimentos, armas, protección y eterna amistad, entre otras cosas, mandó derribar el águila del monumento y a eliminar las representaciones de McKinley, Wood y Roosevelt.
Y también mandó a grabar la siguiente inscripción: “A las víctimas de El Maine que fueron sacrificadas por la voracidad imperialista en su afán de apoderarse de la isla de Cuba”.
Hoy, bastante tiempo después del adulterio de Moscú con Reagan, y aún en relaciones aunque muy flojas ya con el “amargo Maduro”, sucedáneo de aquel “Chávez chispeante” que surtía petróleo a espuertas a la isla de sus amores, ha vuelto a ondear la bandera de los Estados Unidos en lo que había sido su embajada, más tarde oficina de intereses, y ahora nuevamente su sede diplomática presidida otra vez por el símbolo del águila imperial, a pocas cuadras del monumento de El Maine.
Una curiosidad nada baladí: los marines que arriaron la bandera en el año 1961 regresaron hoy para volver a izarla.
Ahora, observando esta instantánea mía de hace algunos abriles, me pregunto si volverán a colocar el águila sobre las dos columnas, si repondrán convenientemente las tres efigies presidenciales norteamericanas y me gustaría saber si pondrán una nueva inscripción, en lugar da la actual frase, tan poco afectuosa con los nuevos amigos.
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