Foto (Cortesia) http://www.cervantesvirtual.com/portales/expulsion_jesuitas/
En las cortes europeas, allá por los siglos XVII y XVIII, época en la que regía la monarquía absoluta era común que los reyes extraviaran el sueño con solo pensar que muy cerca de ellos y bajo el austero hábito de un jesuita podía agazaparse un conspirador o un taimado regicida. La idea no era descabellada.
Muchas cosas habían ocurrido en aquellos años para que así se pensara.
En 1589, el jesuita Juan de Mariana publicó un curiosísimo libro que se consideró subversivo, incitador y peligroso titulado ‘Sobre el rey y la institución real’. Lo que ahí se defendía era la legitimidad del tiranicidio. El problema era saber cuándo un gobernante se convertía en tirano. El profesor Jesús Huerta de Soto resume así la doctrina del jesuita: “se consideraban actos de tiranía, entre otros, el establecer impuestos sin el consentimiento del pueblo o impedir que se reúna un parlamento libremente elegido. La construcción de obras públicas faraónicas o la creación de policías secretas para impedir que los ciudadanos se quejen y expresen libremente”. El libro fue prohibido por la Iglesia. Imbuidos de estas ideas dos fanáticos religiosos asesinaron a dos reyes de Francia: Enrique III (1589) y Enrique IV (1610). Los jesuitas fueron expulsados del reino.
Y ello no fue todo. Un discípulo de Mariana, jesuita también, el granadino Francisco Suárez publicó en 1612 un tratado titulado ‘De legibus’, un alegato teológico sobre el gobierno de la sociedad civil. Suárez también provocó sobresaltos entre los amos de la Europa católica y en los altos tribunales de la Iglesia. Y no era para menos. Tuvo la osadía de rebatir la vieja doctrina escolástica que asignaba un origen divino a la autoridad del monarca, una idea que sustentaba el absolutismo de los reyes. En su lugar, planteó la doctrina del origen popular de todo poder civil. El rey gobierna por delegación del pueblo quien es el soberano y así como delega su soberanía podía también quitársela cuando el rey no procedía con equidad y justicia convirtiéndose en tirano. Como era de esperarse, el libro de Suárez no tardó en ser condenado por la Iglesia y prohibida su lectura; censura esperada y aplaudida por las casas reinantes de entonces, inicio de una historia de malentendidos entre el poder monárquico y los hombres de negro.
Lo interesante de todo esto es que esta fecunda doctrina acerca del origen popular del poder civil y la soberanía del pueblo estuvo presente en la mente de los revolucionarios quiteños del 10 de agosto de 1809. Siempre se ha insistido en la influencia de la Ilustración francesa en el pensamiento de los revolucionarios de Quito; sin embargo, en la biblioteca de Manuel Quiroga y en la del obispo Cuero y Caicedo existían sendos ejemplares del libro de Francisco Suárez. Lo confirma un investigador tan serio como Ekkehart Keeding. Los jesuitas, ausentes de Quito desde 1767, seguían influyendo a través de sus libros en el pensamiento de esa élite quiteña que se enfrentó a la tiranía en nombre de la libertad.
jvaldano@elcomercio.org
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