La iniquidad que prevalece extensamente hoy puede atribuirse en cierta medida al hecho de que no se estudian ni se obedecen las Escrituras; porque cuando la Palabra de Dios es desechada, se rechaza su poder para refrenar las malas pasiones del corazón natural. Los hombres siembran para la carne, y de la carne siegan corrupción.
Al poner a un lado la Biblia se ha abandonado la ley de Dios. La doctrina por la cual se enseña que los hombres quedan relevados de obedecer a los preceptos divinos, ha reducido la fuerza de la obligación moral, y abierto las compuertas de la iniquidad que inunda al mundo. La perversidad, la disipación y la corrupción lo están arrasando como un diluvio abrumador. Por doquiera se ven envidias, malas sospechas, hipocresía, enajenamiento, emulación, contienda y traición de los cometidos sagrados, complacencia de las concupiscencias. Todo el sistema de los principios religiosos y las doctrinas, que debiera formar el fundamento y el esqueleto de la vida social, se asemeja a una masa tambaleante, a punto de caer en ruinas.
En los últimos días de la historia de esta tierra, la voz que habló desde el Sinaí sigue declarando: “No tendrás dioses ajenos delante de mí.” Éxodo 20:3. El hombre opuso su voluntad a la de Dios, pero no puede acallar la voz del mandamiento. El espíritu humano no puede eludir su obligación para con una potencia superior. Pueden abundar las teorías y las especulaciones; los hombres pueden procurar oponer la ciencia a la revelación, y así descartar la ley de Dios; pero la orden se repite cada vez con más fuerza: “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás.” Mateo 4:10.
Profetas y Reyes, p. 459, 460.
.
No comments:
Post a Comment