Tuesday, May 13, 2014

Brasil toma el mando bajo la sombra del ejército jesuita de Ignacio de Loyola



24 abril, 2014 | Archivado en: Actualidad,Portada temático





OLGA ÁLVAREZ | Ciudad del Vaticano

Es Brasil quien permite, o no, la entrada en la iglesia de San Ignacio esta tarde, concediendo, o no, las acreditaciones que normalmente otorga el Vaticano, a través de su centro de prensa en la Santa Sede, a los periodistas italianos y extranjeros. Para solicitar ir a cubrir esos actos esta vez, los periodistas tuvimos que pedirlas a los servicios brasileños de la Radio Vaticana.

Pero sea por el cauce que sea, esta tarde a las seis estaremos todos en la iglesia de San Ignacio (los italianos dicen Iñacio).

En tres iglesias, llamadas de san Ignacio, propiedad de los jesuitas como su santo indica, estuve yo ayer por la mañana. Al fin encontré la adecuada cuando ya estaba al borde de sentarme en el pretil de cualquier acera a descansar un poco, tal había sido la caminata buscando esa iglesia desde los amaneceres y cargando con mis cámaras fotográficas. La encontré sobre las dos de la tarde en medio de un barrio muy antiguo, no pobre, pero tampoco rico; de un estilo típicamente romano, que me encantó.
Como dije, Brasil ha organizado este acto y hasta las sillas añadidas, que son muchísimas, tienen puesto un número que se corresponde con el que se le ha dado a la persona invitada. El que no tenga el ansiado número, o la invitación expresa a través de cauces religiosos, no entrará. No había ningún folleto ni nada parecido. Por más que les pedí algo de información a quienes parecían tener algo que ver, ellos me contestaban: “Nosotros solo ponemos la iglesia. Lo demás lo hace Brasil”.

Bueno, es justo que los brasileños tomen a Anchieta como suyo porque lo es. En La Laguna solo estuvo hasta los 15 o 16 años si bien tiene muchos reconocimientos en la ciudad, como no podía ser de otra manera, porque se honra a sí misma La Laguna, y nos sentimos muy orgullosos los que nacimos en ella de tan ilustre conciudadano (de hace más de quinientos años…). Pero por tener a mano algunos papeles tampoco iba a pasar nada. Lo que sí resultaría más sorprendente si nos detuviéramos a pensarlo, es el porqué en esta iglesia. Se dijo que el papa Francisco quería una más sencilla, más cerca de los pobres, etcétera. No es que no le creamos. Por el contrario, este papa está dando buenas señales, pero por ahora son solo de humo. Hay que esperar un poco más… Porque comparada con la Basílica de San Pedro, esa maravilla, cualquier iglesia es sencilla. Pero es que esta no lo es tanto. No es tan recargada como otras también de los jesuitas, pero es enorme, de techos altísimos, con pinturas muy importantes; y con mucho pan de oro, falso oro y oro auténtico. No es una iglesia tan sencilla; ni tan cerca de los pobres. El único que vi estaba tirado en el suelo durmiendo en su puerta lateral. ¿Y entonces por qué en esta iglesia? ¿Tal vez porque san José de Anchieta era jesuita y también lo es el papa Francisco y esta iglesia lleva el nombre del fundador de los jesuitas…? Y ya sabemos cómo son los soldados del ejército de Ignacio de Loyola: disciplinados hasta sus últimas consecuencias. Es decir, debe ser un asunto interno jesuítico. Esa podría ser una de las razones de que nuestro paisano -le guste o no a algunos capitostes brasileños que no quieren oír nada que diga que nació en San Cristóbal de La Laguna -sea glorificado esta tarde en una iglesia que no es sencilla, ni aparentemente es cercana a los pobres: es una iglesia de los jesuitas. Cada cosa en su sitio.

De resto diría que Roma es hoy por hoy una ciudad sitiada. Por todas partes hay una cantidad de gente tan enorme que no se puede uno mover. Los alrededores de la plaza de San Pedro son una masa humana que va de un lado al otro según la empujen. En la mañana de ayer, que hablaba el papa como todos los miércoles, la mayor parte de la gente que abarrotaba la plaza era muy joven. Como a mí eso siempre me resulta bastante raro, me metí en uno de los grupos para preguntarles quiénes eran. Me contestaron que de un colegio de Milán y que eran solo los que tenían 14 años y que los habían traído a ver y escuchar al Papa. “Hubo otro de Milán”, les dije yo: “Juan XXIII nació en Bérgamo”; “sí, pero Bérgamo no es Milán”, contestó el cabecilla de ellos. Y yo, puesta a su altura aunque ellos eran mucho más altos que yo, le contesté: “así se ahorran el disgusto de ver lo mal que va el equipo de fútbol del Milán”. Y salí de allí rápido no fuera a haber un altercado ante semejante certeza estampada en su misma cara. Que ver al papa es una cosa y otra muy distinta…


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