Por Enrique Gómez Orozco / Publicado 14/12/2015
Pocos imaginamos hace cuatro décadas que un jesuita sería Papa y menos latinoamericano. Entonces el líder de la Compañía de Jesús es Pedro Arrupe, un sabio liberal que contrarresta la tradición conservadora de la Iglesia.
Animados por los cambios en el Concilio Vaticano II y por la ola de la ideología marxista de la época, un puñado de jesuitas descontentos con las élites nacionales decide cerrar su principal centro de enseñanza, el Instituto Patria. Tienen en la mira hacer lo mismo con el Instituto Lux en León y otras escuelas del País. Por fortuna, el Padre Jorge Vértiz Campero intercede y lo evita.
Con una cruda moral y una crisis ideológica, los jesuitas creen que es contradictorio dedicar sus vidas y afanes a educar a quienes serían los capitalistas del futuro. Lo cristiano: vivir y luchar por los pobres y desposeídos, tal como lo había enseñado Cristo.
Nace la Teología de la Liberación en el hemisferio y la lucha de la Compañía de Jesús acompaña de la mano la “lucha de clases”. El mal, el pecado, el alejamiento de Cristo está en la explotación del hombre por el hombre, en la plusvalía extraída a los trabajadores por el sistema capitalista. Aturdidos por las diferencias sociales, por la miseria de las chabolas, los campesinos sin tierra o los obreros sin esperanza, los jesuitas cambian, desde Argentina y Brasil, hasta México y emprenden una transformación que saca a muchos de las aulas y los lleva al servicio en colonias populares. Algunos tienen oficios manuales, otros van a misiones a Chiapas y a la Tarahumara, donde “está la verdadera redención”.
En la cúspide de su lucha se confunden con los rebeldes de una huelga en el Tecnológico de Monterrey. Don Eugenio Garza Sada y los empresarios de Nuevo León ven de cerca el peligro para su institución y los destierran.
Son perseguidos por sus ideas radicales, por pensar más allá del círculo “burgués” de quienes patrocinan y pagan su educación. Los jóvenes que estudiamos en sus colegios y universidades somos llamados “burgueses”.
Los extremistas como Rubén Aguilar (ex vocero de Vicente Fox), van a Centroamérica a participar con la guerrilla. Otros, como Javier Ávila, dan la vida por los olvidados de la Tarahumara.
Su postura en general es un error histórico de grandes dimensiones (lo dijo el tiempo). Dejan el camino abierto para que competidores tomen su lugar en la educación de las élites.
Personajes siniestros y corruptos como Marcial Maciel comienzan una guerra poco santa para tenerlos a raya en El Vaticano, para disminuirlos. Lo dicen en voz queda y lo muestran en la compra de funcionarios en Roma. Los Legionarios de Cristo y el Opus Dei los suplen, con otros valores y otra dimensión intelectual.
Afortunadamente, los jesuitas terminan su “cruda social” cuando inicia una diáspora de vocaciones. Muchos salen de la orden, se casan o se olvidan del celibato. Algunos de sus alumnos, como Sebastián Guillén, el Subcomandante Marcos, radicalizan su lucha y la llevan a levantamientos armados.
La Compañía de Jesús prevalece y resurge de esa etapa, como resucitó después de su expulsión de España y de México en el Siglo XVIII.
(Continuará)
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