Por: Alonso Ojeda Awad diciembre 6, 2015
Guardo un recuerdo remoto y gratificante de los sacerdotes jesuitas que me inculcó mi padre quien ...
Guardo un recuerdo remoto y gratificante de los sacerdotes jesuitas que me inculcó mi padre quien tuvo el privilegio de estudiar bajo sus pedagógicas enseñanzas cuando ellos regentaron el Colegio José Eusebio Caro de Ocaña. Hacía muy pocos años se había sido creado el departamento de Norte de Santander (1910) separándolo de la provincia de Santander el grande y en el año de 1919, por falta de maestros, el gobierno departamental en Cúcuta, su capital, decidió celebrar un contrato educativo con la Compañía de Jesús que se prolongó hasta el año de 1934 cuando fue cerrado por disminución de la partida presupuestal y el inicio de la república liberal “cuya ideología no compaginaba con los criterios de los jesuitas”. (1)
Mi padre recibió en ese emblemático colegio una esmerada educación que le dio una visión amplia del mundo y le permitió desempeñarse con solvente criterio formativo en las múltiples actividades de su vida comercial. Siempre me habló del respeto y el cariño que guardaba por sus viejos y sabios profesores jesuitas. Y se quejó todo el tiempo, que nosotros sus hijos, no hubiésemos tenido esa inmensa fortuna de haber sido educados por ellos. La guerra que se desató con el Perú en el año de 1932 sacó a mi padre, abrupta y definitivamente del Colegio Caro y fue enviado como combatiente hasta las profundidades de la selva amazónica, donde participó en enfrentamientos armados, como miembro del Ejército Colombiano que combatía bajo las órdenes del General Vásquez Cobo y quienes pudieron recuperar a Leticia de las manos del ejército Peruano.
Por muchos años solo conocí de los jesuitas las ideas nobles y agradecidas hacia la Congregación que me transmitió mi padre hasta que en el año de 1983, la vida me puso en contacto con el padre jesuita Javier Sanín Arango que a la sazón dirigía los estudios políticos en la Universidad Javeriana. Impactado por mis relatos de lucha y cuando se iniciaba el gobierno de Presidente Betancur, comprometido con los diálogos y la Paz con las Farc, me invitó a escribir en la Revista Javeriana, de la cual era su Director. Allí participé como columnista al lado de inolvidables escritores que hacíamos ingentes esfuerzos por la Paz y la construcción de una “Democracia más ancha y profunda”, como la llamábamos. Sobresalían en esa pléyade los nombres del sacrificado ministro de justicia Rodrigo Lara, del fundador y presidente del C.P.D.H. Alfredo Vásquez Carrizosa, el general Joaquín Matallana, entre otros. Desgraciadamente, todos estos esfuerzos por la reconciliación se fueron a pique y con dolor volvimos a ver el reinicio de la guerra y la violencia.
Pasaron los años y a mi regreso al país, después de renunciar como Embajador de Colombia, en Budapest, tuve la grata oportunidad de conocer a otro jesuita muy comprometido con la Paz, el padre Gabriel Izquierdo. Venía el, de la dirección del CINEP y resistía contra viento y marea las múltiples agresiones y persecuciones desde los sectores más reaccionarios de la sociedad colombiana. Eran los finales del siglo XX y gustoso lo acompañé en su meritoria tarea de constituir una Red de Universidades por la Paz, la que busca vincular de una manera serena y académica, la Universidad Colombiana a la Paz y el posconflicto. En pos de estos ideales viajamos a muchas ciudades Colombianas para incentivar esta magnífica idea que ya ha prendido con fuerza en el corazón de las Universidades de nuestro país y se aprestan a entregar lo mejor de su bagaje académico- investigativo y de su larga y prolífica experiencia en el estudio y tratamiento de la delicada problemática colombiana. Después, las nuevas circunstancias de la vida me llevaron a conocer a Francisco de Roux, sacerdote jesuita y provincial de esta emblemática congregación que en momentos realmente muy graves de violencia en Barrancabermeja, Santander, asumió la tarea de luchar por la Paz, en el martirizado territorio del Magdalena Medio. Las veces que estuvo en riesgo la vida de este fiel seguidor de Cristo, fueron realmente muchas. Pero desde allí, desde esas martirizadas tierras, todos los días nos enviaba, con su ejemplo, el verdadero compromiso de un hombre identificado con el dolor y las esperanzas de su pueblo que desde décadas pasadas arrastra, como una pesada cruz, la violencia que ha destruido el alma genuina de nuestra nación.
Su profunda autoridad ética y moral lo convirtió en un faro que irradia luz en medio de tanta oscuridad y confusión. Desde su autorizada columna periodística de “El Tiempo”, el jueves 3 de diciembre, pidió por la libertad de “Ramón José Cabrales, “Moncho”, secuestro conocido por TV desde hace semanas y del que se sabe hoy que es de autoría de un frente del Eln, la guerrilla “en lucha por la vida amenazada en el planeta”, según “Pablo Beltrán” en su mensaje a la Asamblea Nacional por la Paz. Lo hago por todos los secuestrados, no importa su clase social o su género”. Y continua el artículo de prensa titulado “Destructores de la vida”del sacerdote jesuita Francisco de Roux: “Me importan, en este caso, los niños y el sufrimiento de la esposa a quien quitaron la alegría del hogar y a quien, más allá de todas sus posibilidades, obligan a someterse a una extorsión de miles de millones. Me interesa que se haga pública la verdad, aunque el torpe negociador guerrillero exigió desde el principio el secreto, cuando los colombianos hoy gritan la injusticia por todos los medio, y cuando la reconciliación exigirá de los victimarios que declaren todo el mal hecho a las víctimas. Me duele la puñalada de este frente guerrillero al proceso de Paz. Me importa mostrar que estación arrasa con el reconocimiento que necesita el Eln para sentarse a negociar”. Hasta aquí el sacerdote Francisco de Roux. Yo acompaño esta justa y perentoria solicitud y pido la libertad inmediata de “Moncho” para tranquilidad de sus afligidos padres que claman al cielo por el pronto regreso, sano y salvo, de su hijo.
De esta congregación religiosa, con la dimensión ética y humana de estas proporciones de compromiso con la vida y con la Paz, es cómo podemos entender la llegada de su Santidad el Papa Francisco, un sacerdote jesuita, a la silla de San Pedro, en Roma.
(1)Raúl Pacheco Ceballos en “Historia de los colegios de Ocaña”. Revista Hacaritama. # 277.
NOTA: Quiero expresar mi gratitud al escritor y amigo Luis Eduardo Páez García, Presidente de la Academia de Historia de Ocañaquien me suministró la información de los jesuitas, en Ocaña.
EX.EMBAJADOR DE COLOMBIA EN EUROPA
VICEPRESIDENTE DEL COMITÉ PERMANENTE DE DEFENSA DE LOS DD.HH. (CPDH).
Guardo un recuerdo remoto y gratificante de los sacerdotes jesuitas que me inculcó mi padre quien ...
Guardo un recuerdo remoto y gratificante de los sacerdotes jesuitas que me inculcó mi padre quien tuvo el privilegio de estudiar bajo sus pedagógicas enseñanzas cuando ellos regentaron el Colegio José Eusebio Caro de Ocaña. Hacía muy pocos años se había sido creado el departamento de Norte de Santander (1910) separándolo de la provincia de Santander el grande y en el año de 1919, por falta de maestros, el gobierno departamental en Cúcuta, su capital, decidió celebrar un contrato educativo con la Compañía de Jesús que se prolongó hasta el año de 1934 cuando fue cerrado por disminución de la partida presupuestal y el inicio de la república liberal “cuya ideología no compaginaba con los criterios de los jesuitas”. (1)
Mi padre recibió en ese emblemático colegio una esmerada educación que le dio una visión amplia del mundo y le permitió desempeñarse con solvente criterio formativo en las múltiples actividades de su vida comercial. Siempre me habló del respeto y el cariño que guardaba por sus viejos y sabios profesores jesuitas. Y se quejó todo el tiempo, que nosotros sus hijos, no hubiésemos tenido esa inmensa fortuna de haber sido educados por ellos. La guerra que se desató con el Perú en el año de 1932 sacó a mi padre, abrupta y definitivamente del Colegio Caro y fue enviado como combatiente hasta las profundidades de la selva amazónica, donde participó en enfrentamientos armados, como miembro del Ejército Colombiano que combatía bajo las órdenes del General Vásquez Cobo y quienes pudieron recuperar a Leticia de las manos del ejército Peruano.
Por muchos años solo conocí de los jesuitas las ideas nobles y agradecidas hacia la Congregación que me transmitió mi padre hasta que en el año de 1983, la vida me puso en contacto con el padre jesuita Javier Sanín Arango que a la sazón dirigía los estudios políticos en la Universidad Javeriana. Impactado por mis relatos de lucha y cuando se iniciaba el gobierno de Presidente Betancur, comprometido con los diálogos y la Paz con las Farc, me invitó a escribir en la Revista Javeriana, de la cual era su Director. Allí participé como columnista al lado de inolvidables escritores que hacíamos ingentes esfuerzos por la Paz y la construcción de una “Democracia más ancha y profunda”, como la llamábamos. Sobresalían en esa pléyade los nombres del sacrificado ministro de justicia Rodrigo Lara, del fundador y presidente del C.P.D.H. Alfredo Vásquez Carrizosa, el general Joaquín Matallana, entre otros. Desgraciadamente, todos estos esfuerzos por la reconciliación se fueron a pique y con dolor volvimos a ver el reinicio de la guerra y la violencia.
Pasaron los años y a mi regreso al país, después de renunciar como Embajador de Colombia, en Budapest, tuve la grata oportunidad de conocer a otro jesuita muy comprometido con la Paz, el padre Gabriel Izquierdo. Venía el, de la dirección del CINEP y resistía contra viento y marea las múltiples agresiones y persecuciones desde los sectores más reaccionarios de la sociedad colombiana. Eran los finales del siglo XX y gustoso lo acompañé en su meritoria tarea de constituir una Red de Universidades por la Paz, la que busca vincular de una manera serena y académica, la Universidad Colombiana a la Paz y el posconflicto. En pos de estos ideales viajamos a muchas ciudades Colombianas para incentivar esta magnífica idea que ya ha prendido con fuerza en el corazón de las Universidades de nuestro país y se aprestan a entregar lo mejor de su bagaje académico- investigativo y de su larga y prolífica experiencia en el estudio y tratamiento de la delicada problemática colombiana. Después, las nuevas circunstancias de la vida me llevaron a conocer a Francisco de Roux, sacerdote jesuita y provincial de esta emblemática congregación que en momentos realmente muy graves de violencia en Barrancabermeja, Santander, asumió la tarea de luchar por la Paz, en el martirizado territorio del Magdalena Medio. Las veces que estuvo en riesgo la vida de este fiel seguidor de Cristo, fueron realmente muchas. Pero desde allí, desde esas martirizadas tierras, todos los días nos enviaba, con su ejemplo, el verdadero compromiso de un hombre identificado con el dolor y las esperanzas de su pueblo que desde décadas pasadas arrastra, como una pesada cruz, la violencia que ha destruido el alma genuina de nuestra nación.
Su profunda autoridad ética y moral lo convirtió en un faro que irradia luz en medio de tanta oscuridad y confusión. Desde su autorizada columna periodística de “El Tiempo”, el jueves 3 de diciembre, pidió por la libertad de “Ramón José Cabrales, “Moncho”, secuestro conocido por TV desde hace semanas y del que se sabe hoy que es de autoría de un frente del Eln, la guerrilla “en lucha por la vida amenazada en el planeta”, según “Pablo Beltrán” en su mensaje a la Asamblea Nacional por la Paz. Lo hago por todos los secuestrados, no importa su clase social o su género”. Y continua el artículo de prensa titulado “Destructores de la vida”del sacerdote jesuita Francisco de Roux: “Me importan, en este caso, los niños y el sufrimiento de la esposa a quien quitaron la alegría del hogar y a quien, más allá de todas sus posibilidades, obligan a someterse a una extorsión de miles de millones. Me interesa que se haga pública la verdad, aunque el torpe negociador guerrillero exigió desde el principio el secreto, cuando los colombianos hoy gritan la injusticia por todos los medio, y cuando la reconciliación exigirá de los victimarios que declaren todo el mal hecho a las víctimas. Me duele la puñalada de este frente guerrillero al proceso de Paz. Me importa mostrar que estación arrasa con el reconocimiento que necesita el Eln para sentarse a negociar”. Hasta aquí el sacerdote Francisco de Roux. Yo acompaño esta justa y perentoria solicitud y pido la libertad inmediata de “Moncho” para tranquilidad de sus afligidos padres que claman al cielo por el pronto regreso, sano y salvo, de su hijo.
De esta congregación religiosa, con la dimensión ética y humana de estas proporciones de compromiso con la vida y con la Paz, es cómo podemos entender la llegada de su Santidad el Papa Francisco, un sacerdote jesuita, a la silla de San Pedro, en Roma.
(1)Raúl Pacheco Ceballos en “Historia de los colegios de Ocaña”. Revista Hacaritama. # 277.
NOTA: Quiero expresar mi gratitud al escritor y amigo Luis Eduardo Páez García, Presidente de la Academia de Historia de Ocañaquien me suministró la información de los jesuitas, en Ocaña.
EX.EMBAJADOR DE COLOMBIA EN EUROPA
VICEPRESIDENTE DEL COMITÉ PERMANENTE DE DEFENSA DE LOS DD.HH. (CPDH).
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