Rafael Piñeiro López
marzo 15 22:08 2015
Abundan los filosofastros en el tema cubano. Y si de honestidad se trata, siempre debemos de privilegiar a los escépticos sobre los positivistas. Debido a ello es que Cuba, el problema y su solución no es un ensayo más dentro del espectro de esa especie de subgénero en que se ha convertido pensar a la isla. Es un ensayo diferente.
Es cierto, es común que casi toda obra enmarcada dentro del tema criollo se caracterice por adormecer los sentidos, a la usanza de la filosofía alemana que tanto denostó nuestro estimado Nietzsche. Forma parte incluso, muchas veces, de esa propensión tan nacionalista de justificar o incluso defender a los culpables. Nuestro pesado legado de socialdemocracia se disfraza de manera agradable aún en estos tiempos, más de medio siglo después de la instauración del horror, y arremete en defensa del fatalismo de los débiles, vendiéndose a sí misma como la religión de los sufridos y dolientes.
No encontraremos ese tipo de condescendencia en Cuba, el problema y su solución. Todo lo contrario. Es esta una obra que apela al individualismo y a la voluntad de poder. Es este un ensayo nietzscheano en gran medida.
El libro se divide en tres partes, en tres búsquedas de la verdad, para ser precisos. Su esfuerzo epistemológico es notable. Parte el historiador Enrique Collazo enarbolando una brillante tesis: el castrismo es una réplica de la España conquistadora. El totalitarismo implantado en la isla fue una sustitución del espíritu catolicista de la conquista. ¿Cómo poder sustraernos a tan vibrante postulado? Para Collazo, el anti modernismo social de la Cuba republicana y la herencia del discurso anti capitalista fueron productos de la herencia española.
El “descubrimiento” y la explotación de las tierras de América produjo la militarización de España y el “ennoblecimiento” de la sociedad, en detrimento del desarrollo de la economía y de la producción agrícola. Los cuarteles se impusieron a la guadaña y al machete. Collazo sitúa allí, precisamente, el germen de la “larga siesta española”. La península, afirma, determinaría el carácter político de las Américas. Y añade a ello la influencia del catolicismo hispano, que se encargó de nutrir a las nacientes sociedades de un paternalismo a ultranza donde en vez de responsabilidad se inculcaba obediencia.
Dice el historiador que, en América, España realizó su “ideal imperecedero” de edificar una sociedad a imagen y semejanza de las misiones jesuitas. Y lanza aquí la genial tesis de que el llamado “Período Especial” en Cuba no fue más que una reproducción del esquema jesuita que Castro aprendió durante sus años de estudio en el Colegio de Belén.
En el segundo acápite de Cuba: el problema y su solución, el antropólogo Ángel Velázquez Callejas vuelca su espíritu iconoclasta sobre la problemática criolla, legando un ensayo brillante, osado e implacable, que termina por redondear esa categorización de maestro cubiche de la sospecha, que tanto se merece.
Callejas plantea en un inicio la inconsistencia del concepto de libertad orgánica que algunos tratan de asociar al discurrir histórico de la isla. Y desmiembra el concepto de identidad criolla con precisión quirúrgica: el mesianismo histórico, el colectivismo perpetuo y las revoluciones sin fin han sido el leitmotiv de la existencia política cubana.Velázquez Callejas firma un ejemplar del libro junto a Kiko Arocha, Magdelín Callejas y Alina Guzmán Tamayo en La Otra Esquina de las Palabras (foto de Nilo Julián González)
Y va más allá (o más acá) y afirma que la supervivencia de un régimen como el castrista se debe a que su cotidianidad cultural es idéntica a la de la oposición, a la del anticastrismo. Ambos espectros, según Callejas, comparten igual sustrato religioso, iguales ansias nacionalistas, iguales ambiciones históricas y folclóricas.
El castrismo se extiende, también, más allá de los límites imaginables a consecuencia de que, al igual que sus adversarios, vive entre dos inexistencias, el pasado y el futuro. Vive de la tradición cultural arraigada en la mentalidad colectiva del isleño. Callejas, en fin, sitúa a la Cuba de hoy en día en un escenario post comunista, donde todos los discursos y gestos validan y hacen tolerables el acontecer de esa nueva realidad.
Cuba, el problema y su solución cierra con un ensayo luminoso y futurista, en cierta forma ucrónico, del pensador Armando Añel. Cuando leo los trabajos de Añel, lo confieso, suelo experimentar una especie de sensación atemporal que me coloca en medio de verdes islotes semejantes a los aparecidos en los juegos electrónicos de Súper Mario. Es una especie de versión verde limón de The Matrix, que cuando se asocia al tema de Cuba y el libertarismo (temas recurrentes en la obra de escritor) se torna de un púrpura intenso. ¿Cómo explicarlo?
El pensamiento de Añel es globalizado y liberal, en el sentido europeo del término. Su accionar intelectual es muy cercano a los postulados de Locke y es por ello que, ante la realidad de una nación fallida, impone el optimismo cibernético (o quizás sea más certero decir “probabilismo”). Para Añel la libertad de la nación habita en cada hombre, en cada ser. La soberanía es un acto individual y no de colectivos. Si el isleño no comprende la importancia de este postulado, podría aventurarse a repetir el fallo de la cubanidad, nos dice.
Hay aquí una certerísima crítica en contra de la excepcionalidad criolla, cosa que se respira a lo largo de todo el libro. Cuba: el problema y su solución obliga a poner los pies sobre la tierra a nacionalistas y a sofistas, a comunistas y a “gusanos”. Una obra necesaria, sin dudas, en el proyecto intelectual de imaginar y crear una nueva Cuba tras los avatares del castrismo, una Cuba posnacional que resurja de sus cenizas fuera del alcance de los dañinos territorialismos y nacionalismos.
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