Sunday, December 14, 2025

“¿Cómo responderán los fieles al sufrimiento?” | Carta del Padre General a la Compañía de Jesús

 12 Dic 2025

Communications Office
Discursos

Al regreso de Tierra Santa:
¿Cómo responderán los fieles al sufrimiento?

A TODA LA COMPAÑÍA


Queridos compañeros,

Al acercarnos a la luz al final del Adviento, estamos llamados a una seria reflexión: un tiempo para reconocer, no solo la gracia y las bendiciones recibidas en este año que termina, sino también nuestras sombras y desafíos, no solo como individuos, sino como familia humana global. En mis reflexiones, no puedo dejar de pensar en las sombras de los conflictos que han costado las vidas de cientos de miles de personas. Desde Ucrania a Myanmar y Haití, desde Gaza y Cisjordania a Sudán y la República Democrática del Congo, desde las Américas a Siria y Afganistán, hemos contemplado familias desgarradas y desplazadas, niños a quienes se impide crecer en paz y poblaciones enteras tan heridas que no sanarán por generaciones.

Para demasiadas personas, el estruendo de las armas de fuego ya es parte del ritmo de su vida diaria. Les resulta normal perder amigos y seres queridos a causa de la violencia. El odio que alimenta estos conflictos es la única lengua que se habla: se grita sin comprender. Nos hemos dedicado más a demostrar que tenemos razón que a intentar construir un mundo mejor. A causa de esto, el espectro de la guerra y la muerte se cierne incluso sobre nuestros tiempos más sagrados.

Sin embargo, hay luces en la oscuridad. Estamos rodeados de personas que están del lado de los pobres y los indefensos. Personas que nos recuerdan que todo ser humano es un hermano o una hermana que merece respeto, esperanza y futuro. Se nos invita a ser gente de buena voluntad que elige la compasión antes que el odio, la empatía antes que la indiferencia, la confianza por encima del cinismo que envenena todo lo que toca. Estas personas de Iglesia, trabajadores humanitarios, profesores, líderes comunitarios y otras personas que se oponen a la injusticia demuestran que diálogo no significa debilidad, que la reconciliación no es ingenua y que el perdón es el único camino para impedir que el odio decida sobre nuestro futuro. En ellos escuchamos la llamada a responder al sufrimiento que nos rodea.


A finales de noviembre viajé a Tierra Santa. El mundo contemplaba con horror las imágenes de Gaza, los atentados del 7 de octubre y sus secuelas, la ira ardiente que se convirtió en devastación. En otra época mejor, creo que nosotros – el mundo – habríamos gritado a una sola voz para detener la matanza, parar la venganza, hacer todo lo posible para proteger a quienes estaban en peligro, aliviar a los que sufrían o socorrer a los necesitados. Pero en nuestro mundo actual todo parece polarizado y politizado. La empatía se considera complicidad. La reconciliación se mira como traición. El deseo de comprensión se considera como una señal del mal, y esto alimenta a los vendedores de malas noticias que publican grandes titulares, hechos solo para avivar las llamas del odio.

Mi peregrinaje a Jerusalén y Belén no fue una respuesta a esos titulares, sino un deseo de escuchar las voces de los que sufren. Me conmovieron los relatos personales de musulmanes y cristianos palestinos que describieron cómo se vive en la tierra de sus antepasados, aunque se los trate de invasores. Algunos hablaron sobre cómo los puntos de control se utilizan como una forma de venganza contra los palestinos en Belén y en Cisjordania. Otros describieron cómo sus tierras y olivos, sagrados para el pueblo, han sido sistemáticamente despojados y entregados a extraños. Otros más expresaron su negativa a ser expulsados de sus hogares, a abandonar la tierra por la que se sienten personalmente responsables, una tierra que simboliza sus raíces, una tierra que, si la dejan, nunca volverán a ver. Mientras escuchaba, oí historias de los que ya no están: una madre, un padre, un hermano, primos, amigos, todos desaparecidos sin ninguna esperanza de justicia. La “normal vida anormal”.

Esa normalidad del sufrimiento se extiende indiscriminadamente. El padre Francesco Ielpo, Custodio de Tierra Santa, compartió conmigo la historia de un israelí que perdió a su esposa en los ataques del 7 de octubre. Asesinada ante sus ojos, los últimos momentos de su ser querido lo atormentan y hasta el día de hoy no puede volver a entrar en su hogar. Estas historias, que se encuentran por todas partes, traen consigo una sensación de violencia inevitable y desesperanza. Un cristiano palestino, tratando de explicar su sentimiento de impotencia, me dijo:

Leí el libro de George Orwell: 1984. “Orwelliano” es lo que estamos viviendo. Ellos pueden ver todos nuestros movimientos mientras que nosotros no vemos nada. Saben que nos tienen totalmente bajo control. Nosotros solo sabemos que podemos morir en cualquier momento. Podrías estar caminando por la calle y te disparan. Y así es como termina. Así es como vivimos.

Estos testimonios fueron repetidos una y otra vez por muchos que viven en Jerusalén y Belén. No son incidentes aislados ni tragedias raras, sino momentos comunes de sufrimiento que han cubierto la tierra, infectando a todos los que tocan y propagándose como un veneno.

Es extremadamente difícil escuchar tantos testimonios de sufrimiento sin quedar paralizado por la desesperación o radicalizado por la ira, pero nuestra fe nos mueve a responder de manera diferente. No con desesperación o rabia, sino con una apertura al perdón y la sanación. Esta es la misión principal que nos ha sido encomendada por la Iglesia: llevar reconciliación a la gente. Unir divisiones como lo hizo Cristo. Pero, ¿cómo llega esa apertura a la Tierra Santa?

Comencé mi visita hablando con el cardenal Pizzaballa, el Patriarca Latino de Jerusalén, quien trató de prepararme para la complejidad de lo que estaba a punto de experimentar en Jerusalén y Belén. Ofreciendo la sabiduría de sus años como Patriarca, me dijo: “nadie está dispuesto a involucrarse porque todos creen que solo ellos están sufriendo”. Dos días después, un musulmán palestino me dijo: “Todo está hecho para que no podamos encontrarnos, no podamos conocernos. Cuando dejé Palestina para estudiar, una de las primeras cosas que hice fue ver una conferencia sionista en el hospital. Esa fue la primera vez que escuché lo que el otro lado pensaba que sabía sobre mí, y vi cómo ellos eran diferentes de la narrativa que me enseñaron en Palestina.”

Tanto sufrimiento proviene de la creencia de que el “otro” no es humano o no merece respeto humano. Esa creencia surge cuando las personas solo pueden ver al otro como el enemigo. Un joven palestino me dijo: “Solo veo a judíos en los puntos de control cuando les digo mi nombre, a dónde voy, aquí está mi identificación. Esa es la única ocasión en que compartimos con judíos”. Otro describió campamentos de verano que una vez existieron para que niños palestinos y judíos aprendieran unos de otros. Los campamentos fueron extremadamente efectivos para disipar la desinformación y formar relaciones entre árabes y judíos. Debido a las crecientes tensiones, y quizás por su efectividad en acercar las personas al “otro”, fueron interrumpidos.

Hace dos décadas, en agosto de 2003, el cardenal Carlo Martini regresó de la Tierra Santa y escribió una carta sobre su experiencia en Jerusalén.

Ciertamente, el odio que se ha acumulado es grande y pesa sobre los corazones. Hay individuos y grupos que se alimentan de él como un veneno que los mantiene vivos incluso mientras los mata. Para superar el ídolo del odio y la violencia, es vital escuchar y comprender el dolor de los demás. [...]

Si solo miramos nuestro propio dolor, entonces el resentimiento, la represalia y la venganza siempre prevalecerán. Pero si la memoria del dolor también es la memoria del sufrimiento de otros, de extraños e incluso de enemigos, entonces puede representar el comienzo de un proceso de entendimiento. Dar voz al dolor de los demás es la premisa de cualquier futura política de paz.

A lo largo de décadas y generaciones, nuestra incapacidad de ver al “otro” es lo que nos ha impedido responder al sufrimiento como deberíamos. Eliminar los obstáculos que nos impiden experimentar la vida con el otro es difícil, pero necesario, no solo para poder responder al sufrimiento de los demás, sino también para atender el nuestro. Ver a los otros por lo que son – hermanos, hermanas, amigos, seres humanos – es la única manera de avanzar.

Invito a todas las personas de buena voluntad a elevar juntas nuestras voces e insistir en que la violencia es una elección, nunca inevitable. El mundo no necesita más armas, sino constructores de puentes. Necesitamos corazones dispuestos a entender antes de juzgar, a sanar antes de condenar, a acoger en lugar de excluir. Cuando miramos a aquellos que sufren, no podemos permanecer indiferentes o distantes. Su dolor es un llamado a nuestra responsabilidad por nuestra fe y nuestro mundo.

A mis hermanos jesuitas, debo confesar que este peregrinaje me ha conmovido. Rezo para que a ustedes también los conmueva cuando lo escuchen. El Papa León, el Papa Francisco y el Papa Benedicto nos enviaron a los márgenes de la Iglesia. Cada uno nos dijo que donde la Iglesia más necesita a la Compañía de Jesús es en las fronteras. La misión en Tierra Santa es una frontera. Esta frontera necesita jesuitas dispuestos a aprender las lenguas y culturas de la gente para que podamos cumplir nuestra misión de reconciliación y justicia.

¡Que este Adviento sea una oportunidad para una seria reflexión, un tiempo para que nuestra familia humana global se aleje de la tentación de resolver diferencias a través de la fuerza y el desprecio! ¡Que en su lugar elijamos un camino de paz que incluya la reconciliación y la libertad! ¡Que la luz venidera del Adviento nos traiga perseverancia, humildad y un compromiso inquebrantable con la verdadera paz!

Fraternalmente suyo en Cristo,

Arturo Sosa, SJ
Superior General

Roma, 12 de diciembre de 2025
Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe
(Original: inglés)


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