Puerto negrero de Cartagena de Indias, siglo XVII. Los armazones –así llamaban a los cargamentos de esclavos- llegan con las bodegas repletas de negros bozales, encadenados y hacinados, medio muertos de sed y mezclados con sus propias heces. Cuando los teólogos pensaban que no tenían alma y eran cazados, vendidos y utilizados como bestias, un jesuita llamado Pedro Claver, entra en las sentinas de los barcos, los envuelve en su manteo, les da agua y aguardiente, perfuma sus cuerpos y les enseña que Dios les ama y Jesús les libera.
Catalán corto en palabras y largo en hechos había sido un niño huérfano en Verdú (n. 1580) y tras estudiar en el colegio de Belén de Barcelona se hizo jesuita. No quería ordenarse de sacerdote porque le atraía el trabajo humilde de los hermanos coadjutores. Sobre todo el santo hermano Alonso Rodríguez, que le mostró que Jesús estaba en la gente sencilla que llegaba a su portería del colegio de Montesión en Mallorca. Este le convenció para que se fuera a trabajar en América, y Pedro llevaría al otro lado del charco sus cuadernos de apuntes como un gran tesoro.
En Cartagena de Indias conoció a otro jesuita, este intelectual, el padre Jerónimo de Sandoval que había escrito el primer gran libro sobre la situación de los esclavos negros. Pedro aprendió de él, le superó en su entrega y se consagró “esclavo de los esclavos para siempre”. Pero además, tras ser ordenado sacerdote, atendía a los leprosos, a los enfermos abandonados y a los reos de la Inquisición, a quienes consolaba y socorría en el patíbulo, en medio de una sociedad corrupta y pretenciosa y una ciudad amenazada por los piratas y la brujería. Apenas duerme, su oración es mística y se le atribuyen prodigios como conocer el futuro y curar a incurables.
Incomprendido en vida –incluso de sus hermanos jesuitas de la época que no entendían su predilección por los negros- murió de peste maltratado por el esclavo negro que le cuidaba (1645). León XIII, que dijo "Es la vida que más me ha impresionado después de Cristo", lo canoniza el 15 de enero de 1888, junto a los también jesuitas San Juan Berchmans y su querido San Alonso Rodríguez. Como recuerda Juan Pablo II, que lo llama en su encíclica Sollicitudo rei socialis "modelo de solidaridad y testimonio para nuestros tiempos", gracias a Sandoval y Claver, Cartagena de Indias fue declarada "Cuna de los Derechos Humanos".
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